El Ministerio de Obras Públicas y el Estado en general tienen una deuda con las regiones del norte. Mientras de Caldera a Puerto Montt amplias y seguras autopistas conectan las ciudades, llevando progreso y desarrollo a sus habitantes, en el norte seguimos conectándonos a través de una delgada y modesta Ruta 5, que cada cierto tiempo se tiñe de rojo con algún accidente ocasionado, la mayoría de las veces, por la precaria fisonomía de la vía, sumada a la imprudencia de alguno.
Sin embargo, debemos destacar también que esta deuda ha sido reconocida. La semana pasada el ministro de Obras Públicas, Juan Andrés Fontaine, comprometió la voluntad de la cartera de elevar el estándar de las rutas del norte, igualándolas con lo que existe más al sur, o con lo que internamente ya se hizo entre Antofagasta y Carmen Alto, y que ahora se extenderá en su segunda etapa hasta Calama.
Se trata, hay que decirlo, de un trabajo que no comenzó con Fontaine, sino que viene de antes, desde el tiempo del exministro Sergio Bitar, o incluso más atrás. Pero obviando este detalle -no menor, por cierto- lo relevante es que ya existe una declaración política que el norte tendrá las carreteras que merece.
Por estas rutas se mueve gran parte de la riqueza del país y por simple lógica económica no es comprensible que tengan el estándar actual. Y más importante aún. Mejores carreteras es un tema de justicia con los habitantes de esta parte de Chile, que normalmente quedan al margen de los grandes anuncios del Estado.
De ahí que la futura construcción de autopistas con dos carriles de circulación hacia el norte y el sur sea una tremenda noticia para este territorio.
Aún deben pasar años para que estén operativas, pues cada proyecto (hacia Caldera por el sur e Iquique por el norte), tardará tres años en construirse, a lo que se agrega el plazo para los estudios y diseños, pero no hay que quedarse atrapado en eso.
El desarrollo y una mejor calidad de vida toca la puerta de las regiones del norte y esperar algunos años no debe desanimar a nadie. Menos en una tierra acostumbrada a los sacrificios y a las esperas.