Los vecinos del sector Balmaceda han puesto sobre el debate sus problemas, todos muy graves, partiendo por la inseguridad que perciben debido a los delitos que les afectan cotidianamente.
Pero no es lo único, bien puede decirse que el populoso sector es un ejemplo de las complejas dificultades que afectan a muchos sectores de nuestra ciudad. A la delincuencia suman una falta de servicios públicos y privados, ausencia de áreas verdes, de espacios públicos, en definitiva, una falta de Estado.
Antofagasta tiene esas paradojas, inequidades, palpables arriba y debajo de la línea férrea, mucho más que entre el norte y el centro sur de la comuna, donde se concentran los servicios públicos y privados.
Otro ejemplo. El estudio de "Diagnóstico de la demanda y déficit de infraestructura de Educación de Primera Infancia en la comuna de Antofagasta", realizado por Instituto de Políticas Públicas de la UCN, a través de su Sistema de Información Territorial (SIT), dio cuenta que de los 11.852 menores sin oferta educativa de salas cuna, 5.285 viven en el lado norte de la capital regional y 2.749, pertenecen a familias de bajo ingresos.
Es decir, la segregación es real, palpable y genera efectos muy negativos para quienes están en desventaja.
El caso de Balmaceda es sintomático. Sus carencias, la falta de Estado es lo que determina el avance de grupos vinculados a la delincuencia, especialmente la droga, que copan terreno y acumulan poder que con suerte se combaten con algunas acciones represivas cada cierto tiempo. Sin embargo, todo aquello es insuficiente porque el contexto es el complicado.
Los vecinos conviven con las carencias citadas y con un nivel de hacinamiento que evidentemente estresan las relaciones. Observar cada vivienda con rejas y distintas formas de protegerse nos habla de la difícil vida a la que están sometidos. Y eso es injusto.
Tener en una ciudad de tamaño mediano como la nuestra, que bordea las 400 mil personas, este tipo de bolsones de pobreza, de precariedad, exige un abordaje más profundo, porque no se trata de campamentos, sino de espacios formales, con un tejido social muy destruido y donde solo la intervención pública puede aliviar tal realidad y mejorar las condiciones, quizás no de cada familia o vivienda, pero sí generando espacios públicos que alivien las condiciones de todos.