Poemas de la ciudad…
Andrés Sabella publicó su primera colección poética en 1940: "La sangre y sus estatuas". Cuatro años después, ""Norte Grande"" que es la primera novela del salitre. Primera en la cronología y en la calidad, pues hasta ahora no se ha intentado ninguna otra de tanta envergadura. La ambición de Sabella fue mucha, pero supo colmarla. "Norte Grande" recoge materiales patentes y vivos de la pampa, en una época en que el "fantástico social" de que habla Mac Orlan, alcanzó una intensidad prodigiosa.
Después se consagró íntegramente a la poesía. Si, como se dice, el poeta nace y no se hace, podría decirse que nació no solo poeta, sino, poeta nortino. Leyendo "Poemas de la ciudad donde el Sol canta desnudo", uno lo siente tan identificado con su tierra, que da la sensación de que las sales y los metales del desierto forman su estructura física.
Parece escribir con el fin de expresar algo telúrico; su verso es como la flor del cacto gigante del desierto. En esta época en que la poesía está en crisis, Sabella nos dice algo substancial en una forma característica suya.
Aunque no hay entre él y Francis Jammes, ningún parentesco, ni en la inspiración ni en la manera, él me hace pensar en el francés por su devoción a la naturaleza y por su actitud ante la vida. Jammes, poeta de la sencillez y del campo, abandonó París para refugiarse en una aldea de los Bajos Pirineos; Sabella, poeta del mar y del desierto atacameños, abandonó también el ambiente literario de Santiago para instalarse en su ciudad, Antofagasta. Claro, la diferencia es grande, y ya se nota en la poesía de ambos. La aldea llevó al francés a la dulce quietud; el gran puerto empuja al otro a moverse sin cesar en los 125.000 kilómetros cuadrados de su provincia. Ya va por las altas cordilleras, ya navega, de caleta en caleta. Con frecuencia va a rendir visita a sus amigos de Iquique o Copiapó, pero sin salir de su marco natural: el desierto, ese calumniado desierto que el poeta ama apasionadamente.
Salvador Reyes, 1963