La batea...
Jaime N. Alvarado García
"Como se menea/El agua en la batea…" -tarareo. Canto a un utensilio doméstico de años idos. En mi casa de calle Porras, era la herramienta de la abuela, lugar en que fregaba y escobillaba ropa ajena para contribuir a "parar la olla".
La irrupción de la "línea blanca" comenzó a sentenciar su relegación. Muchas, dejaron de ser el utensilio de lavado para el que fueron concebidas y terminaron como modestas jardineras. Otras tantas, terminaron trágicamente convertidas en leña. Sin más ni más.
Para los sureños, esa era la "artesa".
Recuerdo las orejas de la batea de mi casa. Llenas de ropa estrujada, esperando el enjuague, mientras por el agujero del fondo, escurría la "lavaza": mezcla de jabón "Gringo" y "Radiolina" o "Perlina", detergentes que deformaron lastimosamente las manos de mi vieja Amalia. Y de tantas otras mujeres que -como mi abuela- contribuían con su laborioso esfuerzo, para darnos una vida un tanto más digna y llevadera…
Se blanqueaba con "agua de cuba" (hoy cloro), para sacar las manchas más rebeldes, Sin embargo, ese maloliente líquido, no lograba descolorar los timbres -azules- que caracterizaban los sacos harineros, con los que se confeccionaban nuestras sábanas… ¡Qué sábanas más tibiecitas…! ¡Abrigadoras!
Recordé los enjuagues con azulillo, pigmento empleado para dar una sensación de mayor albura a nuestra ropa blanca. Y el paso final: el tendido de las prendas en las sogas del patio, labor que se complementaba con un palo, que daba mayor altura al cordel, evitando que el peso de la ropa húmeda lo "guateara".
¡Lo que son las cosas!
Un sonido profundo me alerta. Es una alarma que reconozco. Miro… El panel de mi lavadora señala que la ropa esta lista: lavada/enjuagada/centrifugada/seca.
No. No estoy en el patio. No hay sogas ni da el sol.
Tampoco estuvieron las deformadas manitas de mi abuela Amalia.
Estoy en un espacio reducido, llamado siúticamente "loggia", donde apenas hay espacio para mis recuerdos.