Memoria musical
Antofagasta para los iquiqueños fue por mucho tiempo la ciudad de referencia, sobre todo a la hora de continuar estudios. Sus universidades nos acogieron y llenamos sus aulas y pasillos con nuestra identidad sutil a veces, enfática en otras.
Los de la Perla del Norte se acostumbraron a convivir con esos muchachos que machacaban cada vez que podían que venían de una ciudad que se llamaba Iquique, llena de campeones y de otras epopeyas como el 21 de mayo, el 21 de diciembre o el 16 de julio. Los más antiguos tomaban el Longino y se iban a Santiago y los más audaces a Concepción.
Antofagasta fue nuestra metrópoli, no la del salitre (esa fuimos nosotros) sino la de la educación superior. Pero lo fue también de la música folklórica.
El Tambo Atacameño fue un hito en la investigación, difusión y creación de la música andina. No se explica sin el Cofun y éste no se entiende sin la Universidad del Norte.
En el local de la calle Ossa, se patentó una idea de espectáculo basada en la exigencia de la calidad, la prolijidad y las ganas de hacer bien las cosas. No se conocían los gestores culturales y menos aún a los productores. Siempre que puedo vuelvo a la ciudad de Andrés Sabella y de Mario Bahamonde. Y cada vez me sorprenden más sus cambios.
A veces no me hallo en sus calles, a pesar de que en la Avenida Brasil, cantábamos a capella el "Oigo tu voz" de Zitarrosa. Hoy parece ser una avenida que abomina de su pasado. Pero esta ciudad se las arregla para cultivar la memoria. Hay un aire del viejo Tambo en las Tertulias Artísticas "Donde Nelly".
En Orella arriba, en un ejemplo claro de emprendimiento cultural, la música y el baile se las ingenian para establecer una línea de continuidad y de ruptura a la vez con el pasado universitario que allí viví.
Ya no duerme Antofagasta como aseguraba el célebre vals de Gamelín Guerra, pero me temo que sus sueños de hoy se puedan convertir en pesadillas. La ciudad que yo conocí habita ahora en cierta nostalgia universitaria.