Elogio a Prat, 1979
Somos dotación de fantasía. Somos piratas de cuento. Pero, somos chilenos de verdad, carne y huesos de esta tierra luminosa, de este aire de exaltaciones y, sobre tanta hermosura, de este mar fecundo en dones y en acciones de hombría.
La Hermandad de la Costa de 1620 unía a hombres de cualquier rango que, juraban respetar la pura condición de Hermano. Fue madre de fraternidades sazonadas por la sal del mar bravío, madre que enseñó cómo agitar el hacha de abordaje y cómo abrazar a su igual en fiereza y ternura.
Comprendemos al Hermano Prat en la maravillosa extensión de su conciencia y de su arrojo.
Hace cien años, en la víspera de su muerte admirable, el Hermano Prat disfrutaba de las estrellas que nos bendicen. Y cuando necesitó de la soledad para el hallazgo de sus latidos más secretos, salió a buscarla a cubierta. Atrás, en la cámara de oficiales, éstos reían a la vida, seguros los marinos del precio de su sangre.
El Hermano Arturo alzó la vista. No la bajó, sino después de una larga mirada al cielo. ¡Ninguna estrella lo satisfacía! Entonces, tornó a buscarla, porque la precisaba. De pronto, como si se aclarara el firmamento, lo atrajo el brío del tricolor de la Esmeralda. ¡Allí, brillaba la estrella de su gesta! No resplandecía en el cielo: resplandecía en su bandera, era la joya cristalina de su bandera, era el corazón de Chile repartido en cinco rumbos de luz!
Con la estrella de la Patria clavada entre los ojos y el alma, Prat se preparó para el futuro.
Era una mañana de sangre de muerte y de posteridad. Era el 21 de Mayo de 1879. Pero, a la sangre, a la muerte y a la posteridad, se agregaba la enseñanza: Chile es un privilegio de la creación que debemos cautelar, día y noche, con el corazón vuelto en llamas. Celebramos en Prat, al abogado de la Patria, que la defendió con su sangre, y deja libre, la bandera de Chile para que su sombra benemérita nos proteja y nos conduzca, en dignidad, a los puertos de la sincera amistad internacional.
Linterna