Nuestro país tiene la tendencia a designar reyes a doquier, probablemente, como resabio de la colonia y un inconsciente que muestra nuestro vasallo y subalterno tratando de sublimarse. De esta manera tenemos el rey del mote con huesillos, el rey de los delantales, y otros reyes un poco más prosaicos que incluso han llegado al cine.
Nosotros en Antofagasta hemos hecho una innovación sobre esta tendencia y nos autoasignamos capital, capital de la minería, de la astronomía y probablemente de la energía. Haciendo explícita de esta manera nuestra matriz extraordinariamente centralista, también heredada de la colonia.
Cuando el rey del poroto con mote pretende que los súbditos le rindan pleitesía a partir de su condición de aristócrata, lo más probable es que encuentre como respuesta una risotada o una mirada de conmiseración por la forma en que la auto designación le ha vulnerado el principio de realidad.
Nosotros también hemos asumido que, a partir de la auto designación, deberían tratarnos como capital. Sin embargo, la realidad nos muestra de manera persistente que la sola creencia no basta, que las capitales sin ciudadanos empoderados capaces de llevar adelante un proyecto ejerciendo cuotas significativas de poder e influencia, y a partir de eso actuar como capitalinos, sólo son sueños de una noche de verano.
Los últimos eventos del galpón portuario han demostrado que basta un formalismo para que jueces sentados en la capital real pasen por encima de los legítimos derechos de los habitantes del campamento con complejo de capital. El poder y la influencia son capaces de imponer el absurdo de los plazos por sobre el derecho a vivir libres de contaminación y de paso señalar donde está la capital real.
Mientras los antofagastinos no creemos un movimiento social con capacidades de ejercer poder político, que sea capaz de articular a todos los actores de nuestra región, que cree un discurso que le dé coherencia a nuestro accionar y nos entregue una perspectiva de permanencia y largo aliento, la verdad es que seguiremos siendo habitantes de campamento, uno muy grande y productivo, pero campamento al fin.
Mientras tanto, al igual que al rey del mote con huesillos a quien nadie le respeta la corona, a nosotros nadie nos trata como capital.