Nunca tuvo dudas Andrés Sabella con el sentido de la información que debía llegar a la comunidad a través de la prensa escrita. Desde el mismo 1967, cada tarde, cuando el sol caía sobre el mar y sus rayos penetraban por la sala del Pabellón B, Andrés insistía con claridad sobre el futuro de los alumnos de la Escuela de Comunicación Social de la U. del Norte.
'Ustedes deberán ser periodistas comprometidos y todos los periodistas comprometidos con el futuro de la sociedad deben decir la verdad, por lo que tendrán problemas con quienes ejercen el poder' decía, deteniendo su mirada abierta en cada uno de nosotros.
Rubricando todo con su mano derecha donde más arriba esgrimía un ancla azuleja tatuada para siempre, sentenciaba: 'Como alumnos de periodismo se les está formando para que estén junto a los que sufren y tienen dificultades para poder sobrevivir. Ustedes serán intermediarios entre la comunidad y quienes gobiernan, por eso, no serán comprendidos por el poder establecido'.
En un momento guardó silencio. Puso sus manos en la silla. Observó ese cielo limpio y las olas que no se detenían en arremeter contra la costa de arrecifes.
'Los tiempos que se avecinan son difíciles y estoy seguro que muchos de ustedes tendrán problemas pero eso no los puede hacer retroceder ante los propósitos de defensa de los valores de la libertad de expresión'.
Una tarea introspectiva para las nuevas generaciones de la Escuela de Periodismo será investigar si esos propósitos se han mantenido en el tiempo o se han desmenuzado en manos de la inmediatez y el mercantilismo imperante.
La carrera tiene que volcarse hacia la comunidad a la que se debe en esencia. Es una forma de respetar la formación que plasmó con su ejemplo Andrés Sabella, hombre de los rumbos eternos que está más allá de la nostalgia para conformar a un ser humano unidimensional e integral sin discursos paralelos y desechando renovaciones interesadas que se transforman en renegaciones.
Linterna