Pensiones
En los años 70, Antofagasta se transformaba en ciudad universitaria. La Norte, así se le llamaba y la sede de la Chile y de la UTE integraban el panorama de la educación universitaria. Grupos artísticos, museos, deportes, constituían los instrumentos culturales. Las semanas mechonas alegraban y la Fiesta de la Primavera, parecía reencarnarse en estas actividades.
La ciudad, debió reacomodarse para recibir a jóvenes que venían a la ciudad de Sabella y de Bahamonde en búsqueda de un cartón. Quizás el aspecto menos visible de una ciudad universitaria, pero el más fundamental, las pensiones, crecieron por doquier.
Las familias por incrementar sus ingresos arrendaron piezas. Las había de todo tipo y precios. Algunos sólo para hombres, o damas, las menos, mixtas. Por el plano urbano se distribuía esta oferta tan necesaria como vital. El sector sur era el más demandado, pero el más caro.
El pensionado de la del Norte, Prat 832, la del Padre Hurtado, era a mi juicio la más deseada. Su perro, 'El Conde' -de condenado-, imponía el respeto que la administración central, no tenía. Los militares la cerraron. En una pensión en calle Esmeralda, su dueña, cuyo nombre no me quiero acordar, nos amenazó con acusarnos a los militares si no nos íbamos en el acto. Nos fuimos a calle Méndez, a la de la familia Solari.
Las pensiones ofrecían lo que no podían, 'calor de hogar, sentirse como en casa', atributos del hogar materno y difícil de transferir. Lo demás era buscársela para sobrevivir.
El humor universitario era letal. Conocí una pensión cuyo apodo era 'El palacio del hambre'… Cerca del puerto, Antonio instaló El Yate, un restaurante que congregaba a cientos de universitarios. Modesto era, pero sus platos contundentes.
Pensando en nuestras carreras académicas, hay que decir que muchas de nuestras horas las pasamos en pensiones. Dato no menor. Guardo la imagen de doña María. En 21 de mayo 832 aprendí mucha sociología..., y de la vida, que no siempre es lo mismo.