El maestro Aguilera
Siempre guardaré en mi memoria al "maestro Aguilera", el único auxiliar que conocí durante los seis años de alumno primario en la desaparecida Escuela 12. Gordito y moreno, con un bigote hirsuto. Calmado, paciente, respetuoso y afable. Todos los días barría las salas de ese vetusto edificio de calle Latorre. Y los fines de semana "empetrolaba" los pisos para evitar parásitos, trabajo que alguna vez compartía con los apoderados.
Lo ví preparar una solución de discos quebrados (de esos de vinilo, de 78 rpm) que disueltos en ron de quemar, permitían recuperar los negros pizarrones. No supe de fallas. Todos los lunes el tricolor esperaba -atado a su driza- para ser izado por el mejor alumno del curso que estaba de turno. Y al primer recreo, nos tenía preparada la leche con que paliábamos el hambre matutino. Luego lavaba los jarros y tomaba la escoba, hasta dejar la escuela reluciente: pasillos, patios, donde fuera.
El calificativo de "maestro", lo tenía merecido. Arreglaba sillas, bancos, reponía vidrios y ejercía de gasfíter. Lo vi reducir una fractura a un compañero argentino que se cayó en el patio. Lo vi pintar a O'Higgins en el telón del escenario.
A muchos de nosotros nos trataba de "Usted", con un respeto venerable. Prestaba la peineta (que usaba en el bolsillo de su camisa) y luego la revisaba, para chequear que no quedaba algún "bicho" entre los dientes, pasando la uña de punta a cabo.
Ya retirado, le vi montar un show de marionetas. Trabajaba con sus hijos, que compartían el montaje y el desarrollo de las rutinas. Siempre entreteniendo a los pequeños, divirtiéndolos.
Donde quiera que esté hoy… Aquí o allá, le recordamos con cariño. Y yo, especialmente, porque sabiendo él que yo no tenía a mi mamá, me "soplaba" qué ponerle a la tarjeta que debíamos hacer para el Día de la Madre, cuando celebrábamos la Semana del Niño.
Nobleza obliga. Recordar al "maestro" Aguilera es mucho más que un grato y agradecido deber.