Cada 1 de noviembre hacemos un alto en el diario quehacer para recordar a nuestros seres queridos que ya no nos acompañan físicamente y que nos han antecedido en el inexorable camino a la eternidad.
En nuestra cultura occidental hablar de la muerte parece de "mal gusto", sin embargo, en otras este estado es considerado como normal, el término de la vida terrenal abre las puertas a un mundo intangible, para el cual las personas se preparan a través de un entendimiento profundo del fin de la vida terrena. Comprender que nada es eterno en este mundo, nos cuesta y es difícil aceptarlo, pero es una realidad meridiana.
A quienes profesamos la fe cristiana, nos queda la esperanza de la vida eterna, de acuerdo a la promesa de Jesús la cual señala: "Yo soy la Resurrección y la Vida, quien vive y cree en mí, no morirá jamás…".
No por ser cristianos y tener fe, no nos duele decir adiós a quienes han compartido nuestra existencia a diario y más aún, nos han acompañado a lo largo incluso de toda nuestra vida, dándonos su mano para aprender a caminar o enjugándonos en su seno nuestras primeras lagrimas desde niño. Son experiencias de vida imposibles de borrar. El milagro de la vida, consiste en sobreponernos y continuar nuestro caminar, prescindiendo de ellos físicamente, pero manteniéndoles a diario presentes en nuestro recuerdo y corazón.
A pocos días de conmemorar este día, debemos reconocer lo importante que es valorar cada momento que vivimos junto a nuestras familias y amigos, cada minuto de vida es único e irrepetible, lo que perdemos de vivir, no se repara con nada. Cuán importante es declarar nuestros afectos en el momento preciso, nunca omitir un te quiero, un abrazo, un reconocer en los otros su valía en nuestras vidas.
No podría omitir en mi columna una sabia reflexión indígena: "No te acerques a mi tumba sollozando/ No estoy allí no duermo ahí/ Soy ahora como una brisa soplando/ Soy la luz del Sol que ilumina el desierto/ Soy la lluvia gentil del esperado otoño/ Cuando despiertes en la mañana, no me extrañes/ Soy la bandada de gorriones que trinan/ Soy también las estrellas que titilan/ Mientras cae la noche en tu ventana/ Por eso no te acerques a mi tumba sollozando/ No estoy allí. Yo no morí…".