Hace ya más o menos 40 años, para ser más exacto fue el 18 de diciembre de 1971, sufrí un accidente automovilístico, casi llegando a la altura de Chañaral. Me dirigía a La Serena y me acompañaba una amiga y su pequeño hijo. Íbamos a buscar unos bultos procedentes de la capital, que venían en un camión, que quedó en panne en La Serena. En la madrugada de ese día y en una curva muy cerrada, escuchamos un estampido: había sido un neumático trasero del vehículo que se reventó. No pude estabilizar el móvil y éste salió disparado fuera de la carretera. Afortunadamente y gracias a Dios, en el momento del primer impacto, mi acompañante y su pequeño salieron disparados del móvil sin sufrir daños de consideración, salvo algunas rasmilladuras. En cambio, yo quedé con los pies enredados en el volante y en cada tumbo que el móvil daba, mi cuerpo era azotado contra la superficie del terreno, resultando un TEC cerrado y múltiples contusiones en todo mi cuerpo. Gracias a personas que pasaron en esos instantes por la carretera, me dieron los primeros auxilios en el Hospital de Chañaral y de ahí al Hospital Regional de Antofagasta, donde estuve agónico durante dos días. Frecuentemente, después de ese accidente, he reflexionado mucho al respecto y estoy seguro que la mano de Dios estuvo siempre presente en mi recuperación.
Como es lógico, en esos días no había ninguna posibilidad para trasladarse a Santiago, ya que los escasos vuelos de la época estaban todos copados por el fin de año y las fiestas que se venían encima, pero gracias a las autoridades de ese entonces, en un vuelo internacional se me trasladó a Santiago, ingresando el 21 de diciembre de 1971 en el Instituto de Neurocirugía. Allí se hizo cargo de mi recuperación el Dr. Díaz, un eminente neurocirujano y su ayudante, el Dr. Lange, un joven argentino becado en Chile. A mi llegada a dicho recinto, se le notificó a mi esposa que mi recuperación iba a ser muy lenta, entre 7 y 9 meses, debido a la gravedad de mis lesiones.
Por esos días, recibí una visita muy importante. Estando mi esposa presente en la Sala de Recuperación, entró un enviado del Cielo, pero que aquí en la tierra era la mano de Dios que acariciaba diariamente a cientos de personas en su consulta. Era el Dr. Antonio Rendic. Saludó a mi señora y le dijo: "Este joven me hizo subir a un avión, algo que nunca hago, pero aquí estoy porque me tiene muy preocupado". Me tomó la mano y con su otra mano acarició mi cabeza y, después de un instante, dirigiéndose a mi esposa le dijo mirándola con sus ojos bondadosos: "Jorge va a estar muy bien, porque es fuerte y joven". Sus palabras proféticas eran el principio de un milagro, que se veía venir. Yo creo que el milagro que se gestó en ese momento es un hecho real, vivido por personas reales y en un espacio de tiempo real.
No puedo dejar de decir que esto fue un Milagro hecho en vida por el Dr. Antonio Rendic.
Abandoné el Instituto de Neurocirugía de alta el 21 de enero de 1972, un mes exacto después de la visita del Dr. Rendic, caminando por mis propios pies. Realmente es de no creerlo, ¿verdad? Por supuesto que por la gravedad del accidentes, quedé con algunas secuelas, pero a mis 63 años, soy una persona que vive una vida normal, felizmente casado desde hace cuarenta años, junto a nuestra maravillosa hija que, en el momento del accidente, acababa de cumplir un año de vida. Ejerzo mi profesión de contador normalmente y, a menudo, me dirijo al Creador en oración dedicada al Dr. Antonio Rendic, a quien siento una persona cercana, que intercedió por mí para darme una segunda oportunidad de vida.