Más allá de la emergencia
El incendio en una parte del campamento La Chimba, nos hizo ver una realidad que para muchos está escondida en los cerros de Antofagasta. Las casi 40 familias que esa noche perdieron todo, hoy pasean como fantasmas entre los escombros de lo que alguna vez fueron sus casas, esperando que todo sea una pesadilla que termine pronto.
Perder todo en un incendio es horriblemente duro, así como también lo es la vida en los campamentos. El agua llega a través de camiones aljibe, la luz es irregular y ni se piensa en alcantarillados.
Muchas veces nos enorgullecemos como país de lo mucho que hemos crecido económicamente, sin embargo, semana tras semana comprobamos que este progreso no alcanza a todos de la misma forma. Los campamentos, son una mancha en el corazón de un país, una región y una ciudad, que se ha volcado al progreso económico, sin mirar atrás.
En una región con el producto interno bruto per cápita de países como Finlandia o el Reino Unido, resulta insoportable que haya personas que tengan que recurrir a condiciones tan indignas de vida.
Los inmigrantes llegan atraídos por un mejor pasar económico, y terminan chocando con una pared de segregación, precios caros, xenofobia. Por un lado los necesitamos como mano de obra y por otro lado les cerramos las puertas, apartándolos con acciones y omisiones. Ahora ellos, junto a los chilenos más excluidos, habitan en calles de tierra, donde crían a sus hijos y albergan sueños de superación y una mejor vida.
Sin embargo, esta situación también saca lo mejor de las personas, como los voluntarios que suben semana a semana a los campamentos y la gente que a raíz del penoso incendio, se ha acercado desinteresadamente a colaborar con bienes o con su tiempo, para crear entre todos una Antofagasta más inclusiva y humana.