Insolencia e imprescindibles
Hoy hablaré a la primera persona, porque la actualidad me obliga a referirme a la "libertad de expresión", aludiendo a sus diferentes aristas; a la libertad de opinar, de denunciar, de caricaturizar, de burlarse, de ser insolente, o también a la libertad de reunión, de prensa, de esta misma prensa que me permite escribir acerca de cualquiera persona y cualquiera institución.
Esa libertad en Chile, hace pocas décadas, no existía, los medios indicaban que todo iba bien y que al mando del país había solo personas honorables e intachables. Mis padres no estaban de acuerdo con eso. He crecido en Francia, y en mi mundo tenía un lugar importante Cabu. Además de dibujar en diarios satíricos, él participaba en un programa infantil con dibujos muy inocentes, pero siempre con un dejo de impertinencia. Creciendo, seguiré leyéndolo en "Charlie Hebdo" o en "Le Monde", siendo sensible a su humor que era una mezcla de burlesco con contestación.
El miércoles, supe que Cabu había muerto porlos disparos de la metralleta de un terrorista.
La libre circulación de las ideas, el derecho de emitir opinión, no es sólo un aspecto de la libertad individual, es algo útil al cuerpo social en su conjunto, a la vitalidad de éste. La revolución de internet ha permitido una evolución, combatiendo un cierto monopolio que siempre ha existido. Algunos perciben eso como un peligro, como lo demuestra el polémico proyecto de ley acerca de los medios digitales.
Un clima de intolerancia se instaló en Europa. El fundamentalismo musulmán está dando el tono, pero el extremismo religioso puede tomar otras formas y otros caminos. Cuando se habla de los homosexuales como enfermos, del incendio de Valparaíso o del Sida como de un castigo de Dios, se deben prender las señales de alerta, porque la violencia verbal siempre prepara el camino a la violencia física. Los hijos de la democracia deben estar atentos a este fenómeno, porque no sospechan lo que puede ser la emoción reaccionaria, esa tentación de la respuesta automática a todo, esa deliciosa anulación de la duda incómoda, ese alejamiento de la razón.
En los años 50, el poeta Boris Vian escribía que el humor era una cortesía de la desesperanza. A inicio de este año, he captado la plena medida de esas palabras.