Amar al prójimo
Hermanos: amar es darse en el gesto, la palabra o la obra.
El que ama prolonga su existencia más allá del tiempo y de la muerte, porque vive en el corazón de los demás o en el recuerdo a través de generaciones y generaciones.
Para amar al prójimo no mires el color de su piel ni la forma de sus ojos. Ámalo tal como es y no olvides que es tu hermano. Tampoco mira sus defectos o sus virtudes, mira sólo que es un hombre y que, por ello, debes tratarlo con cariño y ayudarlo en las buenas y en las malas.
Muchos se acercan al semejante cuando a éste le sonríe la suerte o cuenta con buenas relaciones sociales, de las que pueden valerse en determinadas ocasiones y sacar algún provecho. Esto no es amor, es interés. El verdadero amor se aproxima al prójimo en los momentos difíciles y lo ayuda y comparte con él penas y sinsabores.
Amor es sacrificio, abnegación y desinterés. Se prodiga sólo por servir y ser útil y no para halagar o exhibirse.
El amor crea, levanta y dignifica. Y es tanto su poder que mueve las montañas y hace brotar el agua de la roca. Pero si el amor construye, el odio arrasa con todo lo que existe y siembra la desolación y la ruina. Es la negación de lo bueno y se goza en convertirlo en ceniza o en reducirlo a polvo.
Ciudades que el hombre levantó con su esfuerzo y sacrificio, campos donde las espigas mecen al viento el oro de sus granos maduros, puentes y usinas, todo desaparece al toque de su guadaña destructora.
Luchas fratricidas, revoluciones y guerras son productos del odio. Y su acción nefasta llega al extremo de separar a un hermano de otro, al padre del hijo y a un pueblo de otro pueblo. Fomenta la desunión, divide a los hombres y crea el caos.
Hubo un hombre que, hace dos mil años, predicó el amor por los caminos de Judea. Se dio a todos en su palabra generosa y en sus obras de bien. A este hombre único en el mundo lo mató el odio. Y murió crucificado.
Amar, dar a los otros parte de lo que tenemos, vestir al desnudo, satisfacer al hambriento y consolar a los que sufren, es la misión de todo corazón bien puesto.
Y vosotros, hermanos, que estáis dispuestos a amar y servir al semejante, no olvidéis que por cada buena obra que hagáis, agregaréis un granito de arena a la felicidad de los otros y una satisfacción más a vuestra propia conciencia.
Amad, amad siempre.
* Artículo publicado en El Mercurio de Antofagasta el 9 de septiembre de 1978.