Lo que ocurre en la Península de Mejillones no es casualidad. Este lugar, con playas de singular belleza, aguas color turquesa y un gran entorno natural, está amenazado por la depredación de los visitantes y sus escasos hábitos de limpieza.
Cuarenta macrobasurales detectados en una superficie de sólo una hectárea, colchones, infinidad de desperdicios y hasta refrigerados botados a la orilla de la playa son ejemplos de lo ocurrido.
Preocupados de este tema y de sus efectos en el ecosistema, un grupo de biólogos marinos impulsa el proyecto "Diagnóstico Ambiental y Sustentable de la Península de Mejillones", iniciativa que partió en 2013 y que busca proteger un sitio prioritario para la biodiversidad.
Algunos de los resultados del informe son dramáticos y comprueban la escasa cultura de quienes llegan a estos lugares, donde incluso muchos visitantes instalan sus carpas a escasas metros de microbasurales, con el consiguiente riesgo sanitario que ello significa para sus familias.
Es tan grave el asunto que compromete el frágil equilibrio de la península, agravado además por la explotación sistemática de los recursos naturales y la cada vez más usual práctica de ocupar estos sitios como botadero de mascotas.
En el ranking de desperdicios elaborado por los expertos, las colillas de cigarrillos, las bolsas plásticas, envases y una infinidad de trozos de carbón encabezan el listado de contaminación.
El informe completo será dado a conocer a partir de mayo, es financiado por el FNDR y responde a un preocupación manifiesta de la Seremi de Medio Ambiente. Junto a ello hay un plan de manejo que considera capacitaciones para pescadores y personas ligadas a la actividad turística.
Todas estas medidas apuntan a resguardar uno de los lugares más bellos de la región, pero que sufre una y otra vez los embates de sus protagonistas.
Lo más paradójico de este problema es que sólo depende de la buena voluntad de dejar la basura donde corresponde y de tener hábitos de limpieza, algo que claramente es más difícil de lo pensado.