Cultura, 1956
Antofagasta es una curiosa ciudad. Cuando apenas contaba con cuarenta mil habitantes, su cultura se desarrolló con tal intensidad, que pudo ofrecer al país notables creadores, lamentablemente olvidados cierto día en que todos esperábamos saberles evocados en claridad de justicia y de respeto; por ejemplo, ¿cómo ignorar que Antofagasta entregó a Chile en estos cincuenta años, un número respetable de primeras figuras de personal relieve, en el foro, en la historia, en la pintura, en las letras y en el periodismo nacionales?
Antofagastinos de origen, o de aquerenciamiento, Antonio Pinto Durán (abogado serenense que destacó en el parlamento, de ideas radicales y profundo conocedor de temas históricos y filosóficos); Monseñor Luis Silva Lezaeta (además de su apostolado cristiano, sus contemporáneos lo reconocieron como escritor e historiador); Isaac Arce (nuestro historiador "antofagastino" desde los 9 años); Lily Garafulic (artista plástica); Dora Puelma (pintora y escultora nacida en la ciudad); Carlos Pedraza Olguín (pintor taltalino, premio nacional de arte, 1979); Cayetano Gutiérrez Valencia (ilustrador bajo el seudónimo de "Zayde", obtiene el premio nacional de periodismo gráfico en 1968; de manera paralela el mismo año, otro antofagastino, "Amel", Alfonso Meléndez, recibe también el premio nacional de periodismo);
"Mario Bonat" en lo literario, con sus cuentos de La caricatura del amor (1922) y el tardío Tengo que matar al escritor (1970), de profunda amistad con el copiapino Salvador Reyes, en la vida civil, el ciudadano Ovidio Guzmán… por citar dentro de los primeros, a los más notables, pasearon su juventud, por nuestras calles, brindando a la patria la realidad de sus talentos.
Pensamos en ellos y creemos que si pretendemos erguirnos, honestamente, sobre la chatura de las provincias… será indispensable que se cultive, en nuestro pueblo y en nuestros jóvenes, el orgullo y el afecto por esta tradición. Sin esta sal no fructifica ninguna tarea.