Obvia preocupación generan por estos días los hechos de violencia y muerte que desde hace un tiempo han afectado a la ciudad de Antofagasta. El dato de que sean varios crímenes, varios sin resolver y ejecutados con inusitada violencia, ha derivado en que parte de la población responsabilice a un grupo específico del fenómeno de inseguridad que afecta a la capital regional.
El asunto es indudablemente difícil.
Primero porque objetivamente hay más víctimas fatales que antes; luego porque la mayoría de estos sucesos no ha sido aclarado, ni terminado con responsables conocidos.
Luego el tópico se vuelve más confuso.
No poca gente identifica a los inmigrantes colombianos con el fenómeno de incremento de la delincuencia. Se trata de una aseveración audaz y más cercana al prejuicio, que a la realidad.
En tal sentido, resulta incluso sorprendente que la propia Colectividad de residentes Colombianos en Antofagasta, emitiera una carta dirigida a la Presidenta Michelle Bachelet, en la que se asumían ciertas responsabilidades en el problema de inseguridad.
La propia colectividad estima que unos 17 mil ciudadanos colombianos tienen residencia definitiva; 10 mil temporaria y unos 5 mil estarían en situación irregular.
Es cierto que las cifras sorprenden por el rápido crecimiento, pero de allí a suponer que esto explica la delincuencia es algo muy distinto.
Una de las cosas más efectivas de los discursos xenófobos es caricaturizar, o destruir al individuo y sus características singulares, de persona, creando imágenes generales y vagas respecto de ellos mismos.
En este caso, con los ciudadanos colombianos, se está cayendo en el mismo problema. Motejarlos y reducirlos a una especie de conglomerado homogéneo, similar y donde sólo abundan aspectos negativos.
La delincuencia -asunto que a todos nos preocupa- es más compleja y no puede reducirse sólo a una explicación burda como culpar a los inmigrantes. Eso es un error y una incitación al odio.
Esperemos que sea corregido.