Diego Zúniga, periodista y escritor de Iquique, sorprendió cuando publicó su libro Camanchaca por primera vez bajo el sello independiente Calabaza del Diablo el 2009. Sólo tenía 22 años y había participado en talleres literarios, llevaba pocos años leyendo narrativa y autoformándose en literatura. Muy pronto, un sello editorial internacional, Random House, se interesó por esta obra y su libro pudo circular más ampliamente. Esta novela breve y fragmentaria se ha leído e interpretado en más de un idioma y ha conllevado diversas lecturas, pues en Camanchaca se calla lo esencial y una espesa neblina cubre el relato y la carretera por la que avanza.
Un protagonista sin nombre relata a modo coloquial su historia familiar, su infancia y juventud, mientras va de copiloto viajando desde Santiago a Iquique, en un regreso simbólico a su propia historia truncada por secretos familiares, tragedias internas, omisiones, culpas, situaciones ambiguas. De a poco el narrador empieza a articular piezas rotas pero nunca da con el esclarecimiento de su pasado reciente. El viaje funciona como eje longitudinal que va ordenando los pensamientos y recuerdos, aprovechando de mencionar hechos borrosos y acallados como lo ocurrido en Chacabuco y Alto Hospicio. Y en este fluir de la conciencia se avanza con dificultad, pues lo vivido en el sueño y la vigilia lo hace sentirse empampado, perdido. Intenta diversas formas de rescate de la memoria pero sus cercanos se han desentendido y abandonado. La indefensión de su madre y el descriterio de su padre, quienes viven en lugares opuestos del país, diseccionan su vida y afectos y dificultan el sentido de su relato personal. La evasión está en la comida rápida y en los videojuegos mientras, como anuncio de un mal final, le sangran los dientes y su sobrepeso se vuelve mórbido.
Camanchaca es una historia en donde las verdades personales e históricas están implícitas en acciones y conversaciones cotidianas, en donde las preguntas no son respondidas pero donde hay señales en los detalles significativos que cada fragmento entrega en la medida que se avanza, con luces altas, atravesando el desierto, sin cuidado a los accidentes causados por la bruma que impide ver lo que hay más adelante.
María Constanza Castro M.
Académica Escuela
de Periodismo UCN
Máster en Literatura.