¿Se debe industrializar la cultura?
En nuestra sociedad, donde todo se mercantiliza, nada parece escapar a la lógica economicista, incluso las artes. De allí que se ha puesto de moda un término que aparece ajustarse muy bien al consumismo imperante. Es la llamada "Industria Cultural".
Pero… primero es necesario detenerse y precisar, antes de hacer cualquier análisis, que es lo que se entiende por industria.
Industrias son aquellas organizaciones, cuyo objetivo es obtener la máxima rentabilidad económica del producto/servicio que venden en un mercado determinado.
Su actividad se centra en sistematizar un proceso productivo para transformar o integrar materiales, desde un estado inicial, hasta obtener un producto final con valor agregado, que pueda ser vendido a un precio superior al costo de todo lo invertido en su producción y así obtener lucro.
Entonces al hablar de "industria cultural" se estaría hablando de generar una organización cuyo fin principal sería adicionar al producto creativo que entregan los artistas, diversos aspectos que les permitan obtener utilidad monetaria.
Aquello que a primera vista pudiera sonar como la "gran panacea", o la fórmula perfecta para transformar el trabajo creativo en materia prima rentable y así rescatar a los artistas de la precariedad económica, donde la mayoría se desenvuelve, encierra un gran peligro.
Primero porque la creación artística no puede ser entendida como "materia prima" pues no es algo frio, ni meramente consumible. El arte está profundamente fundado en el humanismo, puesto que el artista busca retratar con sus creaciones su opinión respecto a la realidad del mundo que observa desde su particular óptica. El arte es reflejo de los principios humanos que pretenden regir nuestra sociedad y realza sus valores más importantes. El arte, en su urgencia por comunicar, puede ser a la vez esperanza que denuncia, crítica, ruptura y reflexión, por tanto es un importante agente de influencia social y educativo.
Al intentar industrializarlo, lo que en el fondo se persigue es hacerlo parte de un modelo de sustentabilidad basado en la reiteración de fórmulas que lo hagan más "vendible" y por ende "rentabilizable", en otras palabras el foco principal queda puesto en su capacidad de su impacto y seducción masiva transformándolo en un elemento de rápido consumo, exponiéndolo con ello al reduccionista propósito de sólo servir para entretener o divertir.
El producto de la creación artística queda así detenido en lo superfluo, en lo desechable o meramente decorativo.
Es decir la expresión artística queda alineada con nítidas características que definen la postmodernidad, donde la inmediatez y el deseo de un rápido beneficio económico, postergan al olvido de lo innecesario e inútil el imprescindible perfeccionamiento de años que otorga el desarrollo del talento a través de la constante práctica técnica y el profundo esfuerzo reflexivo que exige el "hacer creativo".
Es preciso dejar claro que lo decorativo y lo entretenido, también puede ser característico de una obra de arte, pero el peligro de la industrialización es que hace énfasis solo en ese aspecto en desmedro de la necesaria reflexión, menoscabando su valiosa capacidad educativa. Se corre el riego además de restarle su importante cualidad de crítica social.
En este contexto ha surgido la figura del "gestor cultural", otro concepto de moda. En un porcentaje importante se trata de personas que no poseen talento artístico, lo cual por cierto no es un pecado, pero sí lo es el hecho de que muchos ingresan al mundo de la cultura y las artes para actuar sólo como particulares "gerentes" en esta "industria cultural", tendiendo a situarse en una posición de "supervisores" de diversos artistas que les confían su "materia prima", vale decir su creación artística.
Estos gestores "no artistas", al no ser creadores, pueden quizás comprender la profunda función humanista de las artes, sin embargo ello no siempre constituye el fondo de su actuar en los términos que ya hemos señalado. Muchos ingresan al medio artístico con el principal afán de la adjudicación de proyectos que les entreguen rápida rentabilidad, vale decir, funcionan en la lógica del mercadeo imperante.
Algunos han sido muy eficaces en ganar proyectos concursables y repiten exitosamente, año a año, su fórmula en desmedro de otras iniciativas de incuestionable valor artístico, pero probablemente de menor impacto mediático. Al parecer creación artística original reflexiva y masividad son conceptos antagónicos en el actual escenario de política cultural.
Alguno dirán… pero ¿Cuál es el problema? ¡Si, por ejemplo, existe la exitosa industria del cine!, obviando en ese análisis que la industria cinematográfica occidental está centrada en abrumadora mayoría en la entretención, y tilda peyorativamente de "cine arte" al que para ella no tiene el componente de masividad, vale decir que no agrega valor económico al negocio ¡Oh paradoja¡.
También más de alguno puede decir, en defensa de la industrialización de las artes, que es necesario ayudar a los artistas y brindarles mecanismos de gestión para organizarles y así ayudar a su subsistencia y es válido… pero; entonces con la misma lógica podríamos hablar de la "industria de la educación" o la "industria de la salud". Veamos si alguien sería capaz de atreverse a proponerlo públicamente en el entendido que estos son derechos fundamentales. Entonces… ¿Por qué con el arte sí lo hacen, siendo también parte fundamental del desarrollo de una nación?
La creación artística no es industrializable, no es un objeto inanimado que se pueda repetir usando un molde, no es solo diversión. La función de los artistas es trascendente. Son testigos privilegiados de su tiempo y retratan el entorno de diversas formas para las generaciones futuras, son educadores no formales de su patrimonio, de un patrimonio vivo que es fiel reflejo del pasado, presente y futuro de su pueblo.
La comunidad, en definitiva el estado, debe proteger a sus creadores artísticos, estimularlos a que se desarrollen en completa libertad sin buscar su "industrialización". Siempre han sido parte fundamental de la construcción de identidad en que se basa el desarrollo equilibrado de toda sociedad. Considerar la creación artística como un bien de consumo arroja imprudentemente a los artistas a la carrera de la competencia económica para poder sostener su propuesta artística y ello es totalmente opuesto a la libertad absoluta que todo creador requiere para experimentar, para acertar y errar… para llevar su obra a la siguiente estación de desarrollo, donde probablemente nadie haya estado nunca antes…. Eso es en realidad progreso cultural.
Mario Vernal Duarte
Artista Punahue