Los escándalos en Chile son pan de cada día, qué duda cabe. Lo peor es que cada situación que se va conociendo, pareciera ser una nube en un día de invierno o sea una noticia que ya no nos conmueve. Pareciera que el país ha perdido la capacidad de asombro
La política, la empresa privada, la iglesia y otras organizaciones que, históricamente, habían tenido comportamientos dentro de marcos razonables, hoy acaparan los titulares de los medios de comunicación, no por motivos que podrían enaltecer sus fundamentos, sino todo lo contrario, por acciones delictivas de connotados representantes que hasta hace poco, exhibían aureolas de grandes señores, impolutos y dignos de respeto.
Defensas políticas corporativas, febles declaraciones de gremios cuando uno de sus asociados es imputado, decisiones de la alta jerarquía católica divorciada de sus feligreses, es el panorama que se aprecia.
Tal como deben ser criticables las acusaciones previas a las investigaciones y eventuales condenas, también debe criticarse las defensas anticipadas entre correligionarios que escuchamos día a día. Al respecto estimo que la mayoría ciudadana espera que la justicia opere con imparcialidad, ecuanimidad y transversalmente, aplicando sanciones proporcionadas a las faltas cometidas.
Lamentablemente, la verdadera perjudicada con todas estas acciones vergonzosas, la ciudadanía, viene siendo un mero testigo interdicto del espectáculo, ya que los políticos continúan teniendo el sartén por el mango y rotando los cargos entre la misma cofradía, la iglesia es un estamento estanco al que cuesta hacer bajar a la realidad cotidiana y las empresas involucradas en actos ilícitos no llegan, en ningún caso, a compensar el daño provocado a los clientes.
¿Y cuál podría ser la salida? Difícil respuesta, ya que ella conlleva autocríticas sinceras, revisión de procedimientos y estatutos internos, renovación de actores, escuchar la voz de la gente, renuncia a intereses particulares, etc., y por sobre todo, el establecimiento, al interior de las instituciones, de códigos, valores y principios tendientes a orientar y exigir a sus representantes, a apegarse estricta y absolutamente a la legalidad vigente, a la ética y a las normas de moral y de buenas costumbres. Difícil, ¿no?
Carlos Tarragó
Presidente de Proa