Andrés Sabella, estudiante
Un buen día, tal vez en la década de los años sesenta, al leer sobre los movimientos juveniles en las universidades en el filo entre el primer y segundo tercio del siglo veinte, con sorpresa encontré el nombre de Andrés Sabella entre los integrantes de la Asociación Nacional de Estudiantes Católicos (Anec), muchos de cuyos miembros abrirían poco más tarde los cauces para la acción política y social de inspiración cristiana en nuestro país. Comprendí entonces que nuestro personaje había abrazado el que el creía el más consecuente camino, viviendo anticipadamente, a su modo, la máxima que en su momento formularía el obispo de Talca, Monseñor Manuel Larraín: "El cristianismo es social o no es".
No fue, por cierto, su única forma de personal fidelidad a su vieja fe. El periodista Juan Pablo Cárdenas, que se vio obligado a irse a trabajar en Antofagasta al ser cesado en sus funciones en una universidad santiaguina durante el régimen militar -experiencia que también vivió Sabella en su propio norte-, me contaba, impresionado, cómo el poeta lo trataba de "hermano", pese a su diferencia de edad y al poco tiempo que se conocían, y cómo ese vocativo era habitual en él para testimoniar su relación con los demás en una perspectiva de compenetración con lo profundo del sentir cristiano.
Alguna vez, una sola, en una de mis escasas idas a Antofagasta, mientras allí vivió, tuve la feliz oportunidad de saludar a Sabella y de intercambiar un par de palabras con él. Se me quedó grabada su personalidad. Volvió a obsequiármela al comentar en la prensa, con frecuencia y bondad, algunos libros míos, a medida que iban apareciendo.
Ciertamente, recuerdos fugaces y entrecortados a través del tiempo, como estos que me he permitido hacer, pueden, así fue en mi caso, acercarnos emotivamente a un escritor. Los escritores, por cierto, se nos revelan en alguna importante medida en sus textos, pero se nos entregan mucho más a través de la relación personal. Así ocurrió con Andrés.
Ernesto Livacic G.