Asesinado en mayo
Nuestra literatura regional, tarea aún por desentrañar, enseña páginas donde el dolor y la sangre se encuentran unidas. Ahora nos referimos a la sangre producto de arteras puñaladas y que nunca fueron dilucidadas, dado que tal vez ayer como hoy no hubo voluntad, o nadie dijo nada, ni siquiera el vecino Pinto.
Óscar Sepúlveda, se firmaba. Su pluma fue leída, además, con el seudónimo de "Volney", en el otrora diario El Industrial. Éste homenajeaba al conde veinteañero y libertario en vísperas de la revolución francesa. Lo formó con la contracción de Vol(taire) y (Fer)ney.
El destino lo hizo salir de la lluviosa Ñuble, San Carlos, para entreverarse algún tiempo con la bohemia capitalina. Los acontecimientos de la cosa salitrera, a comienzos del siglo XX, rápidamente lo entusiasmaron. Igual le pasó a Pezoa Véliz, entre otros. Después de ciertas masacres, las arengan continuaron y de ello debía quedar testimonio en la prensa. Constituían parte de sus escritos.
Los de creación los convirtió en teatro: Amor plebeyo (sí, porque su preocupación estaba en la gente del pueblo o de los que carecían de los privilegios de patrones, militares y eclesiásticos, y que también tienen derecho a vivir el amor); La máscara (donde seguramente hacía patente los abusos ya de los poderosos, como los de las clases dirigentes, que se obnubilan con el poder); y, más del entorno, con Salitre y yodo…
El deseo de seguir vagabundeando lo hizo pensar en el retorno al lar sureño. La anécdota relata que las largas despedidas no sólo le hizo perder el vapor de la carrera que lo devolvería hasta sus otros amigos. En el puerto, sólo divisó a lo lejos, el humo del navegar. Las reuniones de los pampinos continuaban y las conversas se extendían hasta las cantinas. A la salida de una de ellas, el alevoso ataque con puñaladas. Fue asistido en el Hospital. No resistió. Monseñor Silva Lezaeta y otros ilustres, se apiadaron del occiso y consiguieron cristiana sepultura en Antofagasta.
Sergio Gaytán M.