Boceto nostálgico
Después de algunos años ausente, me encontré nuevamente en mi ciudad, esa que está viva, que ha crecido como lo hace un hijo al que vigilamos con mirada amorosa, que de pronto nos sorprende porque no habíamos notado lo grande y maduro que se nos muestra. Me recibió bien, es maravilloso estar de visita en su propia ciudad. Tuve varias invitaciones: culturales, a comer, etc. Una a almorzar al Hotel Antofagasta, que aún al pasar de los años, se sigue mostrando señorial, y quizá mejor, como un exquisito Drambui de 16 años. Funciona ágil, se le ha remozado, se ve moderno. Bajé a la piscina, tuve nostalgias de adolescencia-juventud; cuando con nuestra figura de chica de Ipanema nos bañábamos en sus aguas; en la Playa del Hotel.
Eran los tiempos de Bonjour Tristesse, libro y versión cinematográfica, de la adolescente de estilo sensual, F. Sagan. Nos identificábamos frente al despertar sexual de la protagonista constituyendo equívocos sueños de amor. También hube nítidos, otros recuerdos: mis veranos de universitaria. Al atardecer nos reuníamos en el Bar Chuquicamata del Hotel, bebíamos cocteles suaves, Primavera, o Tom Collins preparado con Gin Tanqueray y mucha agua tónica. A conversar sobre el existencialismo, Camus, Sartre, de la valentía que se debía tener para perder la vida en el juego de la "ruleta rusa", cómo querríamos ser de ese tipo de heroína, (visto ahora se ve pueril). Muchas conversaciones eran felices sueños ridículos, concebidos en adolescencia, cuando todo es novedad y nada imposible de alcanzar, es que la adolescencia ciertamente es un estado de locura. Era otra mirada, ¡cuántas cosas han variado desde entonces!
Partí, volé con gratos recuerdos: la generosidad de Sonia Buljan y sus ricos platos, la estupenda velada que me brindó Héctor en un restaurant peruano de Avenida Brasil, la calidez de María, Alicia y Vicky.
Quedé como con el grato recuerdo que nos deja el champaña matizada con una noche de amor…
Irene Galiachis