Rubén darío escribió en el mercurio de valparaíso sobre el momotombo, un volcán que sigue activo en la actualidad.
I
Centro América es un país muy montañoso y lleno de volcanes. La naturaleza tiene sus lujos a veces, y he aquí que formó en el istmo centroamericano una tierra de lagos y de montes.
Todas las cinco repúblicas que componen aquella rica sección del nuevo mundo ostentan esa peculiaridad. La que no tiene lagos es la más cubierta de alturas y cordilleras, la República de Honduras, patria de Francisco Morazán, el Bolívar de aquellas naciones. La que, por el contrario, luce su Gran Lago y su Lago de Managua, entre otros inferiores, es la República de Nicaragua, patria de Miguel Larreinaga, viejecito que naciendo pobre en un villorrio cercano a la ciudad de León, a principios de este siglo, logró a fuerza de trabajo y estudio ser llamado sabio en la muy noble y muy leal Santiago de los Caballeros de Guatemala, en la cual capital su simulacro adorna el salón principal de la Universidad.
II
Guatemala, que es de los cinco estados el más grande en territorio y en población y el más adelantado, tiene dos volcanes notables: el de Fuego y el de Agua.
Este último es famoso por obra de la tradición. Cuéntase que doña Beatriz de la Cueva, esposa del adelantado don Pedro de Alvarado, pereció en la última erupción de dicho volcán que arruinó la Antigua.
El novelista guatemalteco don José Milla y Vidaurre aprovechó dicho asunto para una de sus más lindas obras, La hija del adelantado.
Milla, o Salomé Gil, como él se firmaba, ofrece muchos datos acerca del hecho histórico en referencia, y a su obra despachamos a los que deseen saciar su curiosidad, si alguna tienen a este respecto.
III
El Salvador es el lugar más volcánico de todos aquellos. Allí están el Santa Ana, el San Miguel y sobre todo el Tzalco. En la lengua de los aborígenes se llama San Salvador Cuscatlain, que quiere decir Valle de las hamacas. Calcúlese si serán vaivenes aquéllos en comarca famosa de antaño por sus terremotos.
La capital San Salvador ha sido destruida más de una vez por causa de ellos. Todavía puede el viajero notar las ruinas de los edificios derrumbados en la última catástrofe. Justamente es de advertirse el contraste que forman los musgosos restos de una antigua iglesia junto al Parque Central, uno de los más bonitos y elegantes paseos de la población.
A pocas horas de la capital, con un clima delicioso, con lindos alrededores y libre al menos hasta la fecha de temblores de tierra, se halla Santa Tecla o Nueva San Salvador, como han dado en llamarle. Se ha pensado varias ocasiones convertirla en capital; sin embargo, no se ha realizado la idea. Los valerosos hijos de la patria salvadoreña son testarudos y fuertes y no se les daría un ardite del mismo Vulcano con su Lípari y su Mongibelo. Para las revoluciones sísmicas tienen tanta altivez como, por desgracia, para otras que son harto fatales al progreso de aquellos pueblos. iQué se hace! Cuestión de honor.
¡Triste fama la de todos mis paisanos de Centro América: no poder pasarse unos cuantos años sin que no corra sangre de hermanos! En justicia y verdad hay que decir que los costarricenses son los más cuerdos.
IV
En Costa Rica, ahí donde los marinos del Abtao han hallado de seguro abrazos fraternales y han celebrado una de las fechas más santas para los chilenos, en Costa Rica, digo, alza su airosa cabeza el enorme Irazú, que inspiró en época no remota brillantes páginas al poeta español Fernando Velarde.
Los costarricenses no hacen memoria de grandes sufrimientos por causa de erupciones volcánicas. Últimamente se sintieron algunos fuertes estremecimientos en la provincia de Alajuela. Pero puede decirse sin temor a equivocación que el tranquilo suelo de aquella región no ha tenido la culpa. Esos gigantes nicaragüenses han sido los mal intencionados, y entre todos el anciano Momotombo, que ha querido demostrar que todavía tiene alientos para sacudir una ciudad y fracasar torres y arruinar sementeras y empobrecer a los trabajadores, el ingrato.
V
Como mayor en edad y en tamaño entre los volcanes de Nicaragua, Momotombo se lleva la primacía. Quien llegando al puerto de Corinto (en los mapas alemanes generalmente Realejo, nombre antiguo), tome el tren y sin detenerse en ninguna de las poblaciones intermediarias se dirija a Momotombo, a la orilla noroeste del lago de Managua, en lo primero que fijará la atención será en la imponente figura del cascado y crecido volcán. Es el más bello de todos los de Nicaragua; bello, con belleza salvaje y grandiosa. Es un inmenso cono, riscoso por un lado, calvo con derecho a serlo, pues hasta se ha perdido la cuenta de sus cumple-siglos; cubierto de vegetación exuberante y caprichosa en las faldas y arrullado por las tranquilas aguas que le besan los pies, dándole un perenne tributo de caricias y rumores.
Ni el Masaya ni el Ometepe, que en la isla de su nombre es el señor del gran lago; ni el Mombacho, que cercano a Granada proyecta su sombra gigantesca; ni el Coseguina, famoso en toda obra geológica de alguna importancia por su célebre última erupción; ni el Felicia, que hace tiempo no dice este cráter es mío; ni el Viejo, que a las veces, cuando rezonga, pone en cuidado a los chinandegueses, ninguno puede competir con el decano en cuestión. Vaya si es él hermoso para no tener noble y desmedido orgullo, viéndose, como dice Víctor Hugo, ?formando a la tierra una tiara de sombra y de llama?.
A propósito el gran francés tuvo la humorada de dejar Etnas y Vesubios y Strombolis y escoger para tema de un canto de su gran poema La Zeyenda de los siglos, nuestro Momotombo, en medio de Nicaragua, lugar que todo un capitán Voyer confundía hace pocos días con el istmo de Panamá. Qué mucho, sin embargo, que el célebre pianista no conociese en el mapa aquella región, cuando el Benjamín de la Academia Francesa, conversando con la escritora argentina doña Juana Manso, no hallaba diferencia alguna entre el Brasil, la Argentina y el Uruguay.
Decía, pues, que avino que cayese en manos del poeta una obra de Squier acerca de Centro América, en que se hablaba de cierta tradici6n. Siendo del agrado de Hugo, la embelleció. Porque, como dice Teócrito, las musas lo embellecen todo.
VI
Este es el caso, que, puesto en versos de oro puede leerse en la Leyenda de los siglos con el título: Les raisons du Momotombo. Los reyes españoles, viendo que los continuos terremotos eran motivo de desgracias, quisieron remediar el mal haciendo bautizar los volcanes. Así rezan las crónicas.
Enviaron, pues, a aquellas desconocidas regiones gobernadas por el cacique Nicarso, junto con los capitanes que pusieron el pabellón hispano en aquel país, religiosos que predicaran el Evangelio. Estos comenzaron la tarea de bautizar a los rugidores idólatras.
Los frailes enviados con el piadoso objeto cumplieron su cometido con la mayor parte de ellos. Cuando llegaron donde nuestro viejo conocido fue el poner más sentidos y potencias en el Sacramento y manejar con más vigor el hisopo.
Momotombo rugió.
Se le impuso obediencia en nombre del Dios de los cristianos.
Momotombo lanzó su crachement de lave, como dice Hugo, y dijo a los frailes lo siguiente, poco más o menos: "Cuando yo veía a los indios de por acá hacer sus sacrificios y festividades a sus extraños dioses, sentía repugnancia por ellos y juzgaba que el Dios de los blancos debía de ser un dios de bondad. ¿Pero qué? De Lima me llega el olor repugnante de la carne quemada en hogueras inquisitoriales. En nombre de su Dios los blancos desuellan, asan y destruyen a sus hermanos. No quiero, pues, ser bautizado en nombre de un Dios como el vuestro. He dicho".
Y como los buenos religiosos quisieran sacrificarlo a pesar de los pesares, Momotombo los abrasó con los chorros candentes de su lava. Así "no retornaron".
Hasta aquí la tradici6n en prosa. El que quiera verla pulida y empavonada, busque el canto citado de la Leyenda de los siglos.
VII
A un lado del actual pueblo de Momotombo, llamado también Moabita y Puerto Benard, se miran aun los restos del antiguo León, fundado en 1523 por Francisco Fernández de Córdova.
"Campos de soledad, mustio collado" son ahora las calles de la vieja metrópoli.
Y ya que de acabar tengo en este párrafo, recordaré otro hecho histórico que tiene muchos ribetes y adornos de tradición fantaseada por los cronistas: la muerte del Obispo Valdivieso asesinado en la conjuración de los Contreras.
El mismo día, dicen, que fue muerto el pastor, el lago de Managua se agitó como un mar furioso y arremolinado; la inundaci6n cundió y el castigo de la ciudad de los sacrílegos puso pavor y espanto en las tierras comarcanas.
Momotombo, pues, en el escalaf6n volcánico es militar de alto grado y no ha querido estar inadvertido por pacifico y quieto. Así es que el 11 de Octubre del año próximo pasado ha medio destruido el actual León y puesto en mal estado a Managua y Chinandega.
Por las últimas noticias que ha publicado El Mercurio se sabe que últimamente, apenas oscureció un tanto el día la erupción del Momotombo, quien tiene ya sin fuerza y sin calor sus entrañas de granito, palacio antiguo y de genio de alas encendidas. No viene mal aquí una epifonema: iOh, tiempo, tiempo, que blanqueas las cabezas y las cumbres, que pudres el tronco de la más robusta encina, apaga la lumbre de la más vivida estrella y dejas sin savia y sin calor el corazón del hombre y el seno profundo de la montaña!
Rubén Darío en el Mercurio de Valparaiso, 16 de Julio de 1886.
La erupción del Momotombo