Antofagasta, ciudad solar
Antofagasta es ciudad solar. El "maduro sol" americano, que tostaba las andanzas de Gabriela, alcanza su esplendidez en estos cielos que la presagian capitanía de las ciencias e industrias. Por solar, Antofagasta es americanísima: en sus lindes, cabe, desplegada, la Rosa del Continente. Si dialogamos con el mundo, sostenemos un diálogo con el pasado, donde piedras y pueblos se confunden; donde nuestros antepasados indios asoman sus ojos sin tiempo, sonando sus flautas, coloreando sus danzas y regalando sus aristocracias. Nos basta estirar las manos para que milenios de la tierra nos las estrechen.
Antofagasta avanzó del mar. En 1866, Juan López, saltó a nuestra costa, husmeando el rastro del cobre. Este rasgo nos definió en horizontes y riesgos. Nos hormaron así, un alma de proa. Surgimos para avanzar, indiferentes al viento, terror y a la muerte.
Antofagasta se habituó a sobreponerse a cualquier revés. Si la primera raya de su historia fue una estela peregrina, la del "Halcón" de López, las que se formarían, luego, sobre su pampa, serían las huellas de la múltiple aventura y de la ambición sin freno.
Se dibujaron las huellas mineras; se tendieron las huellas de cobre y salitre, las terribles de la plata "caracolina"; y a la vivienda de sacos y maderitas del "Chango" prolongaron las que conformarían, a este "Pueblo del Salar Grande", puerto que guarda, en sus orgullosas huellas, las que dejó el sabio Carlos Darwin. La expedición de Fitz-Roy en el S.M.B. Beagle, cruzó por la futura rada antofagastina, (1835), maravillándose de una de nuestras bellezas naturales, La Portada, "un gran bloque de caliza", según sus anotaciones de viaje, que, en seguida, inspiraría a nuestros pintores y poetas: Fernando Cauzatt Cotal la glosó como "Arco de Triunfo que, entre mar y pampa, surgiera cual pastor de tempestades"; y Antonio Rendic: "es del mundo la octava maravilla y el orgullo del Norte, por lo hermosa".
Andrés Sabella