El fin del verano
Y mientras soy testigo de cómo el verano va entrando en su etapa final, no deja de sorprenderme lo cíclica que es la vida. Todo nace y muere. Todo empieza, madura y termina. La ilusión del principio siempre se convierte en la nostalgia del final o en el alivio de lo que por fin se acaba, depende cómo uno lo enfoque y cómo haya decidido vivirlo.
Vamos viendo: volver al trabajo, empezar de nuevo el colegio o la universidad, cambiarse de casa, retomar proyectos abandonados, recomponer relaciones que quizá se habían quebrado, volver a motivarse con desafíos que nunca nos atrevimos a concretar. Cuántas cosas quedan a veces suspendidas en limbo de los miedos o de la inconstancia o en la falta de ganas para hacerlas prosperar. La vida y sus ciclos te van enseñando que siempre hay un tiempo para cada cosa: tiempo para bajar la cortina, para descansar, para recuperar energías; tiempo para fracasar, para arrepentirse, para madurar, para entender que no siempre somos tan macanudos y para volver a encontrarnos con la humildad de volver a empezar.
Sí, el fin del verano me ha hecho pensar en todo esto, porque de alguna forma el final del verano es el cierre de un paréntesis en el que la existencia cambia de ritmo y que te permite observar las cosas desde otra perspectiva. Nada hay más sano que cambiar de lugar y volver a mirar eso que tanto nos complicaba… "Cuando cambias la forma en que miras las cosas, las cosas que miras cambian".
Sólo hay que aprovechar la oportunidad. La puerta está abierta, como siempre lo ha estado, y nosotros estamos ahí, mirando para el otro lado. Es decisión de cada uno cruzar o no el umbral, pero esta vez, llevemos con nosotros todo lo que hemos aprendido. Que no se nos olvide nada, ni los aciertos ni los errores, sobre todo los errores, porque ellos son lo único que nos ha enseñado ser mejores personas.
Celebremos el final, porque los finales son invariablemente nuevos comienzos y siempre encierran la promesa de que esta vez no se cometerán las mismas equivocaciones. Hay algo que una vez leí y que nunca más se me olvidó: "Muchos de nosotros tienen dos vidas, la vida que vivimos y la vida no vivida dentro de nosotros". La vida no vivida son todos esos sueños inconclusos, las promesas rotas y las buenas intenciones abandonadas. Son las dietas empezadas al desayuno y renunciadas a la hora de almuerzo; son la ilusión de convertirse en pintor, pero la tragedia de nunca ser capaz de terminar de pintar el cuadro; son las ganas de ahorrar para comprarte un auto… superadas por la tentación de adquirir un par de zapatos en liquidación.
Bueno, la vida no vivida está al otro lado de esa puerta que mencioné en el párrafo anterior y el final del verano nos empuja a cruzar por ella y a entender que los ciclos constituyen la sutil y elegante manera en que la vida, incansablemente, nos ofrece una nueva oportunidad.
Marcela Munita Solé
Marcemunita.blogspot.com