"El péndulo de Foucault"
Umberto Eco escribió de todo. Acá hay algo de los templarios y el Santo Grial, un trozo de una descarnada parodia al periodismo y parte de la historia de un hombre que pierde la memoria al entrar a la tercera edad y que viaja al pasado a través de la lectura.
"Me trajeron el té. La enfermera hizo que me sentara apoyado contra las almohadas y me puso delante un carrito. Sirvió un agua que humeaba en una taza con un sobrecito dentro. Tómeselo despacio, que quema, dijo. Despacio, ¿cómo? Olisqueaba la taza y sentía un olor que se me antojaba de humo. Quería probar el sabor del té, cogí la taza y bebí. Atroz. Un fuego, una llama, una bofetada en la boca. ¿Conque esto es el té hirviendo? Debe de pasar lo mismo con el café o con la manzanilla, de los que todos hablan. Ahora sé qué quiere decir quemarse. Lo sabe todo el mundo, que no hay que tocar el fuego, pero lo que no sabía era cuándo se puede tocar el agua caliente. Tengo que aprender a entender el límite, ese momento entre un antes en que no podías y un después en que puedes. Maquinalmente, soplé el líquido, luego lo removí con la cucharilla, hasta que decidí que podía volver a intentarlo. Ahora el té estaba templado y beberlo era un placer. No estoy seguro de cuál era el sabor del té y cuál el del azúcar, uno tenía que ser áspero y el otro dulce, pero, ¿cuál es el dulce y cuál el áspero? Claro que el conjunto me gustaba. Beberé siempre té con azúcar. Pero no hirviendo.
El té me dio una sensación de paz y de relajación, y me dormí".
(Páginas 20-21)
Debolsillo
823 páginas
$11.000
"Número Cero"
Lumen
224 páginas
$12.000
"Belbo estaba en el bar como si estuviera de paso (lo frecuentaba al menos desde hacía diez años). Intervenía a menudo en las conversaciones, en la barra o en alguna mesa, pero casi siempre para soltar alguna gracia que enfriaba los entusiasmos, cualquiera que fuese el tema de conversación. También los dejaba helados con otra técnica, con una pregunta. Alguien estaba contando algo, encandilando a la compañía, y Belbo miraba al interlocutor con sus ojos glaucos, siempre un poco distraídos, sosteniendo el vaso a la altura de la cadera, como si hiciese mucho que había olvidado beber, y preguntaba: "¿Pero realmente sucedió así?" O bien: "¿Pero lo decía en serio?". No sé qué sucedía, pero todos empezaban a dudar del relato, incluido el narrador. Debía de ser su deje piamontés que volvía interrogativas todas sus afirmaciones, y sarcásticas sus interrogaciones. Era piamontesa, en Belbo, esa manera de hablar sin mirar demasiado a los ojos del interlocutor, pero no como quien huye con la mirada. La mirada de Belbo no eludía el diálogo. Simplemente, desplazándose, clavándose de pronto en convergencias paralelas en las que no habíamos reparado, en un punto impreciso del espacio, lograba hacernos sentir como si hasta entonces hubiésemos estado mirando torpemente el único punto que no venía al caso".
(Páginas 80-81)
Aquella semana el trabajo avanzó sin prisas. Nadie parecía tener muchas ganas de trabajar, ni siquiera Simei. Por otra parte, doce números en un año no eran un número al día. Yo leía los primeros borradores de los textos, uniformaba el estilo, intentaba suprimir las expresiones rebuscadas. Simei lo aprobaba:
-Señores, estamos haciendo periodismo, no literatura.
-A propósito -intervino Constanza-, se está extendiendo esta moda de los móviles. Ayer, uno en el tren, a mi lado, no paraba de hablar de sus relaciones con el banco, y me enteré de toda su vida. Creo que la gente se está volviendo loca. Habría que hacer una nota de sociedad.
-El tema de los móviles -rebatió Simei- no puede durar. Primero, cuestan una barbaridad y se lo pueden permitir solo unos pocos. Segundo, la gente descubrirá dentro de nada que no es indispensable llamar a todo el mundo cada dos por tres, lamentarán perder la conversación privada, cara a cara, y a fin de mes se darán cuenta de que la factura ha alcanzado cifras astronómicas. Es una moda que está destinada a pasar de aquí a un año, a lo sumo dos. Por ahora los móviles les resultan útiles solo a los adúlteros, para poder tener relaciones sin usar el teléfono de casa; y quizás a los fontaneros, que pueden recibir llamadas en cualquier momento mientras están fuera. A nadie más. Así que, a nuestro público, que en su mayoría no posee un móvil, esta nota de sociedad no le interesa, y a los pocos que los tiene les deja indiferentes; es más, nos considerarían unos esnobs, unos radical chic.
(pág. 95-96)
Lumen
512 páginas
$16.000
"La misteriosa llama de la reina Loana"
Tres extractos de sus libros