Antofagasta, la provincia del país que más aporta al erario fiscal, tiene la legítima sensación de sentirse menospreciada por el centro de Chile y sus autoridades.
Ciertamente, nuestra región posee buenos indicadores económicos en riqueza, empleo, oportunidades y un evidente crecimiento. Pero, debe decirse que el grueso de aquello se debe al boom experimentado por la minería durante los últimos años.
Ha sido el sector privado, por cierto al que el Estado le ha generado las condiciones, el que ha permitido gozar de un territorio con una actividad envidiable desde muchos puntos de vista.
Pero no podemos decir lo mismo del sector público que con el paso de los años, simplemente no ha estado a la altura en lo relacionado con el compromiso que exige la ciudad y la región más importante del Norte Grande.
Si observamos los problemas más graves de ciudades como Antofagasta o Calama, debemos apuntar que todos, o la gran mayoría, tienen que ver con la ausencia, el retiro, o el mal trabajo de lo estatal.
La capital regional tiene hoy 35 campamentos y eso es porque hace años que no se construyen viviendas públicas de bajo precio, lo que terminan pagando toda la población.
Por años se acopiaron minerales al aire libre, por años no se solucionó el problema del arsénico.
¿Hace cuánto no se construye una nueva plaza, se aumentan las áreas verdes, se erige una nueva playa artificial, se analiza el fenómeno migratorio y delictivo?
El grueso del avance antofagastino tiene que ver con lo privado, ante el déficit pasmoso de lo fiscal.
Por ello es que nuestras ciudades han perdido puntos importantes en aspectos vinculados a la calidad de vida, a pesar de la riqueza que crean y el esfuerzo que se hace.
Las autoridades deben ser capaces de proyectar el futuro y entender que nuestras ciudades seguirán jugando un rol más trascendente, ahora para el concierto sudamericano, lo que exige más inversión pública y anticipación de lo que está por venir.
Hay que ser capaz de entender que el éxito de Antofagasta será muy bueno para todo Chile.