Parece de perogrullo que los éxitos de Chile se fundan en buena parte por el éxito y desarrollo de la industria minera nacional; y en mayor detalle gran parte de esa riqueza ha sido y es generada desde nuestra Región de Antofagasta.
Nuestra zona posee variados yacimientos de riquezas minerales y no minerales que trabajadas por la inteligencia y empeño del hombre han sacado adelante un beneficio mayúsculo.
El año pasado fue Chuquicamata la que celebró 100 años, todo un hito y quizás un ejemplo poético y práctico de la generosidad de esta tierra.
Este mes también son celebrados 25 años de minera Escondida, proyecto inaugurado el 14 de marzo de 1991, una obra de ingeniería mayúscula que ha implicado un salto tecnológico, económico y social de profunda magnitud, especialmente en nuestra ciudad.
Aquí debemos ser categóricos: Antofagasta, tal como la conocemos, es imposible de conseguir sin la historia del yacimiento cuprífero.
Fue minera Utah -antecesora de BHP Billiton- la que evaluó en 1976 una exploración geológica en la zona, lo que se concretó en 1978 en un amplio radio. Desde la Quebrada de Camarones, hasta Vallenar, por el sur. Los sondajes comenzaron en 1981 hasta concluir las faenas, que ya habían tenido un embarque hacia Japón.
Desde entonces, todo ha sido veloz. Su hallazgo, desarrollo y, de paso, una transformación enorme de Antofagasta y toda la Región.
Para tener una magnitud, debe decirse que Escondida produjo 1.171 millones de toneladas de cobre fino en 2014, cifra que representó el 20,2% del total nacional.
Pero los impactos de esta obra sobrepasan largamente la mera producción o las inversiones realizadas en la mina, en Mejillones, con una central, o en puerto Coloso, con el sitio de embarque.
La arquitectura, los salarios, los estándares de seguridad, las carreteras, todo ha cambiado producto del boom minero de los últimos años y bien puede decirse que con Escondida a la cabeza.
En muchos momentos, esta empresa ha marcado pauta positiva y es de esperar que así se mantenga.