Homo hominis lupus Dr. Antonio Rendic
Densas nubes ocultan el horizonte. Hay inquietud en los espíritus: los hombres no nos comprendemos.
Creemos amar al prójimo, pero no lo amamos. Ofrecemos y no cumplimos. Y cuando nos tienden la mano, la duda levanta un muro entre nosotros.
Somos desconfiados, reticentes y egoístas; sólo nos importa nuestro yo. Y nada hacemos sin pasarlo por el tamiz de nuestros intereses: la mezquindad nos ahoga y la desconfianza es el sello de todos nuestros actos.
El hombre de la caverna mataba para subsistir. Los feudales del Medioevo se mataban, también, por una pulgada de tierra. Lutero sacude las entrañas de la Iglesia y divide a los cristianos. Y hubo luchas. Y hubo muertes.
Con el Renacimiento florecen las ciencias y las artes. Grandes poetas, grandes escultores y magníficos pintores nos asombran con sus obras. Magallanes da la primera vuelta al mundo y nos entrega un nuevo paso. Pero la lucha sigue y la muerte arrasa por los caminos.
Filósofos y pensadores lanzan desde Francia la trilogía inmortal: Igualdad, Fraternidad y Libertad, tres grandes promesas que no pasan más allá de ser hermosas utopías, porque los hombres no son iguales, ni hermanos, ni libres. Por sobre todos estos principios, la garra del "homo hominis lupus".
Y llegamos al siglo de la disociación del átomo y de los viajeros siderales. El hombre -nuevo argonauta del espacio- salta de la tierra y posa los pies en mundos desconocidos. ¡Triunfo de la ciencia y la mecánica!
Pero, ¿qué hemos ganado espiritualmente? ¿Ha cambiado nuestro modo de ser? ¿Pensamos y obramos en forma diferente a la de antes?
Hemos progresado mucho material y científicamente, pero nada, nada hemos agregado a nuestro acervo espiritual. Y seguimos siendo reticentes, egoístas e interesados.
Amor es hoy una palabra sin sentido o un eco que se perdió allá sobre una cruz allá en el Gólgota y que ya nadie o muy pocos recuerdan.
"Amaos los unos a los otros…" Hermosa frase del hombre Dios que los hombres no comprendieron, no comprenden ni comprenderán jamás, porque, sordos y ciegos al bien, no ven más allá del límite de su egoísmo ni escuchan nada que no esté en razón directa con sus mezquinos intereses.
El mundo avanza y progresa científicamente. Convertimos los metales en oro y podemos destruirlo todo con una sola bomba de hidrógeno. Pero el alma se va quedando rezagada, cada vez más pobre en virtudes. Endurecida por el materialismo, ha perdido el oro de la bondad y el venero del amor, desgraciadamente.
¿De qué nos sirven las riquezas, las comodidades y el lujo, si empobrecemos cada día más en comprensión, caridad y tolerancia? Si nos miramos como enemigos y nos destruimos mutuamente, ¿a qué los rascacielos, los viajes siderales y los grandes descubrimientos?
El mundo necesita amor, amor y más amor, que lo demás vendrá por añadidura, porque, por mucho que progresemos en lo material y lo científico, sólo él podrá traernos la paz que tanto necesitamos. El Mercurio, 11 de mayo de 1979.