Antonio Rendic Ivanovic vuela muy alto
A inicios de los 60' yo venía siempre desde la pampa a casa de mis tíos Ema y Samuel, en la población El Olívar en Antofagasta. Samuel, era pedrino y mi fuente predilecta de historias espectaculares.
Recuerdo que conversaba un día con un amigo que había trabajado en Mantos y le decía que fuera a ver al buen santo antofagastino. Tiempo después me llevó hasta el centro en una micro destartalada que avanzaba apenas entre casas dispersas y chatas, con cierres de calaminas, sin pavimento, postes de luz de maderas gruesas y con olor a pasto y estiércol cerca de la Oriente. Ya en el mercado y casi al llegar a una esquina, me dijo: Aquí está el Doctor de los pobres. Era el santo que recomendaba a su amigo afligido. Había una fila larga delante de la casa, tal como en extranjería en estos años; en esos tiempos y como ahora, había pocos médicos y pocos tan solidarios como el Doctor Rendic.
En la misma casa de mis tíos, en el pasaje Chacabuco, escuché muchas loas por la generosidad del doctor. Con el tiempo me enteré que don Antonio había ganado con Sabella la primera Ancla de Oro, premio que a la sazón valía mil gaviotas doradas. A fines de los 80', me crucé con él en El Mercurio, cuando traía sus colaboraciones escritas a máquina y que venían firmadas como Ivo Serge. Eran trazos brevísimos de éter, una reflexión provocada por el batir de alas, por los ayes de dolor de los más pobres. Sobrecogía por su estampa, parecía de otro tiempo y espacio; extraordinariamente contemplativo, parecía tener las virtudes de la humildad y el agradecimiento a flor de labios, parecía estar siempre buscando raíces...
Después confirmé que el galeno bombero y poeta, era generoso y receptivo de los dones del paisaje nortino y de su gente y de Cristo, a quien amaba entrañablemente.
En un libro de Sergio Gaytán (1996) se recogen dos de sus poemas, donde plasma el ruido de las voces que quedaron en el aire. En Gatico pregunta: "¿Dónde están los robustos mocetones que arrancaban las vetas de los cerros y el metal de los filones? ¿Dónde el apir con su rústico capacho y su voz que llenaba las quebradas de chistes y tonadas? Y el carrero. Y el alegre barretero que animaban la comparsa con sus risas y sus farsas, ¿qué se hicieron que no están? ¿O es que ya no queda nada, ni siquiera las pisadas de esa gente que dio vida al campamento donde hoy sólo gime el viento? La verdad: todo perdido. Y entre fierros torcidos. El silencio de la muerte…".
En Patos refiere respetuosamente: "Acróbatas de la mar, solos o en largas hileras, suben, bajan, tuercen, giran y se dislocan y quiebran como el bufón de los circos o algún títere de cuerda. Propagandistas del looping y la picada perfecta, campeones de la maroma, turistas de las riberas. Hoy aquí, mañana lejos…Hasta que un día cualquiera, cansados ya del oficio, hacen su última pirueta; tiran ancla y, cara al sol, se tumban sobre las peñas…".
Antonio Rendic Ivanovic fue humilde y humanista y su memoria atracó para siempre en el mar y el desierto antofagastino y su legado, gracia y virtud trascendió hace mucho tiempo nuestras fronteras para inspirar en el planeta a quienes hacen el bien.