Miguel de Cervantes Saavedra
Miguel de Cervantes sale de la prisión de Sevilla en ancas de Rocinante y tan pronto se le abre la puerta del castigo, se le abren, más amplias, a lo lejos, las de su gloria: ¡maravilloso indulto de indultos el de la posteridad!
Aquel don Miguel queridísimo que ha ofrecido su magra anatomía para innumerables ensayos carnosos -¡oh, bienamado libro de Bruno Frank, trémulo devocionario de cervantistas!- sonreirá, sin tregua ni fatiga, paseándose, por los siglos de los siglos, delante del hombre, removiéndole las alas y papiroteándole los cuernos. Porque Cervantes es antes que don Alonso Quijano, El Bueno: El Bueno de los Buenos: ¡qué natural nos brota la sabiduría popular: "De tal palo, tal astilla…"!
Cuánto de límpido y de heroico palpita en don Quijote, palpitaba en su creador. El padre del héroe, ¡era él mismo un héroe cervantino! Cuando en cobranzas de aceite da en un poblacho misérrimo, que no puede contribuir al Rey, y alguien, avergonzado, le señala:
-Si nosotros no poseemos aceite, aquellos lo almacenan a mares… -indicándole un convento- y Cervantes se encamina al convento y obliga a que los acaparadores paguen por los pobres el aceite exigido, realiza un acto de pura estirpe quijotesca, digna del Caballero que en cada ejercicio de bondad nos bendice del fondo de sus arrugas, de sus barbas y sus ciencias.
¿Habrá paso de los que dio por el mundo que no equivalga a mil pasos hacia arriba, hacia allá donde nuestro juicio maree y nuestra prudencia estorbe?
A años de su muerte, Cervantes sigue caminando junto a los pobres y afligidos, sigue constituyéndose en el Abuelito de la Justicia, en el mentor de la Libertad, Consciente de su pueblo, habría defendido la República Española.
Su anatema contra las "infernales máquinas de la artillería" le habría aglutinado al clamor universal de la Paz. Si no nos acompaña su cuerpo de mástil, nos guía y alienta su espíritu de bandera.
NdeR. Artículo aparecido en Críticas y problemas. Antofagasta, abril 23, 1955.
Lo publicamos hoy, en homenaje a los 400 años del fallecimiento de Cervantes.
Andrés Sabella