la escritora argentina Mariana Enríquez trabaja como periodista hace 20 años y dice que actualmente, sobre todo, edita.
Todo parte por una imagen, una escena, tal vez una noticia que vio en un diario, en un noticiero de televisión, quizás por encargo de alguna antología o una sugerencia. Una chica con la cara quemada recorre el metro de Buenos Aires, una hostería que fue cuartel de policía durante la dictadura o un hikikomori porteño obsesionado con la deep web y los fantasmas japoneses. Los orígenes de los cuentos de la escritora argentina Mariana Enríquez (1973, Buenos Aires) son así, múltiples. Deja que las situaciones la impacten, luego escribe.
Ese es el germen que tienen los relatos que componen "Las cosas que perdimos en el fuego" (Anagrama), el primer libro publicado en España por Enríquez. La obra se suma a los publicados en Latinoamérica como "Los peligros de fumar en la cama" (2009), "Cuando hablábamos con los muertos" (2013), las novelas "Bajar es lo peor" (1995) y "Cómo desaparecer completamente" (2004). Además escribió relatos de viaje "Alguien camina sobre tu tumba. Mis viajes a cementerios" (2013) y el perfil "La hermana menor. Un retrato de Silvina Ocampo" (2014).
"Las cosas que perdimos en el fuego" son doce cuentos. Todos exploran un terror forjado desde el realismo, filtrado por referencias culturales, políticas y psicológicas en que podemos reconocernos todos. Ahí, desde lo más profundo de lo cotidiano, en esas imágenes y miedos comunes, el horror es tan verosímil como la brutalidad policial, la violencia contra las mujeres o la desigualdad social.
En "Las cosas que perdimos en el fuego", la también periodista y subeditora del suplemento "Radar" del diario "Página/12" perfila las distintas formas del miedo a través de un coro de narradoras femeninas (excepto en "Pablito clavó un clavito: una evocación del Petiso Orejudo") tan perturbantes como hipnóticas. Por ahí pasa la culpa, la sugestión, la neurosis de ciertas relaciones de pareja, la compasión, los distintos tipos de soledad o la geografía de lo marginal. Una galería de historias desacomodadas y extrañas, que palpitan, respiran y generan tanta incomodidad como adicción.
"Empecé a escribir cuentos porque quería personajes y narradoras mujeres. En una novela larga, no me gustaba lo que les pasaba a mis chicas-personajes, se parecían mucho a mí, no tenían vida propia, no le encontraba la vuelta. En la forma breve la encontré. También el terror suele funcionar mejor en forma breve y en los últimos años tuve ganas de explorar ese género y sus alrededores", cuenta Mariana Enríquez desde Buenos Aires.
-¿Qué tan importante es para ti la experiencia al momento de escribir?
-Es muy importante, pero de ninguna manera diría que mis cuentos son autobiográficos. En algunos casos no lo son en absoluto, a veces hay experiencias personales deformadas. En realidad, creo que tiene el mismo peso que para cualquier otro escritor, pero como a mí me gusta mezclar el terror y el realismo, entonces el peso de la experiencia se nota más.
-En alguna entrevista dijiste que el periodismo te gusta pero lo ves como un trabajo, cuestión que no te ocurre al escribir tus libros. ¿En qué aparece esa diferencia?
-En muchas cosas. El periodismo requiere investigación, chequeos, las voces de los otros: la literatura que yo hago, no. El periodismo trabaja con hechos, la literatura que yo hago, no. No investigo casi nunca cuando escribo ficción, incluso deliberadamente y, en todo caso, mis investigaciones son casi totalmente librescas. Trabajo como periodista hace 20 años y en este momento, sobre todo, edito: en ambos casos se trata de trabajar con textos, pero yo no siento que se influencien o mezclen más allá de algunas cuestiones personales como que, gracias al periodismo, no sufro nunca de la "página en blanco", por ejemplo. Al mismo tiempo, creo que un texto de no ficción puede ser tan literario como la ficción, es sólo que en este momento de mi vida yo trabajo de otra manera.
-¿Compartes rituales al momento de escribir periodismo o ficción?
-No. No se puede tener rituales, yo creo, para escribir periodismo, porque la urgencia exige cierto desapego. Para escribir ficción suelo hacerlo con música y también con muchos libros o incluso imágenes alrededor que me resultan inspiradoras de alguna manera. Muchas veces son imágenes que busco en la web, no soy una escritora que se "desenchufe" para escribir.
-Los cuentos de "Las cosas que perdimos en el fuego" son más realistas, el horror sobrenatural aparece menos que en tus libros anteriores. ¿Lo tenías claro desde un principio?
-Lo tuve claro cuando conseguí un grupo de cuentos que estaban relacionados entre sí en ese sentido. Creo que un libro de cuentos debe tener relatos que dialoguen de alguna manera, que tengan un tono determinado. En este libro, el color era ése: cuentos de horror realista, digamos. Se fue armando de a poco: a medida que iban apareciendo cuentos con esas características, los iba apartando.
-En varios cuentos también está la desaparición de niños como detonante del terror. Tomando en cuenta la historia de Sudamérica y, particularmente, la de Argentina en los 70, literariamente, ¿qué es lo que te parece más interesante de ese horror de las dictaduras?
-Creo que el género de terror, cuando se escribe desde América Latina, exige una traducción. Por ejemplo, no sé, Stephen King escribe sobre masacres escolares (en "Carrie", en "Rabia: los horrores de su sociedad"). La desaparición como figura en Argentina remite directamente a la política; un crimen como el del niño de "El chico sucio", en cambio, remite más bien a la crónica policial (y a cierta cuestión de clase). Pero sí, la dictadura argentina, época en la que yo crecí, fue macabra, brutal, siniestra. Crecí con ese horror real, pero mediado por libros que leía, por la televisión, por las revistas, por las narraciones de los mayores, se desenvolvía como un relato. Y ese estaba lleno de secuestros por la noche, niños robados, niños con identidades cambiadas, torturas, gritos tapados por la radio, campos de concentración instalados en barrios -incluso, por ejemplo, en garages de autos-, de cuerpos ausentes, de desaparecidos, una palabra que semánticamente está pegada como opuesto al aparecido, otra forma de decir fantasma.
-Tenías tres años cuando empezó la dictadura militar en Argentina y nueve cuando terminó, ¿cuánto aportó a tus miedos de infancia esa sensación de violencia tan cotidiana que vivía tu país?
-Mucho. Tenía menos: nací en diciembre del 73, así que en marzo del 76 tenía poco más de dos años. Mis padres no eran militantes, pero sí estaban informados y vivían con miedo. No recuerdo esos años como una cotidianeidad "normal": hay gente de mi generación que no tiene recuerdos siniestros o de miedo. Yo sí.
-Varios niños protagonizan los relatos, ¿los chicos llevan mejor y son más receptivos con fenómenos que a veces son más difíciles de explicar?
-Sí, además son los protagonistas tradicionales de los cuentos de hadas, de donde surge el cuento fantástico, el cuento extraño, el cuento de terror.
-También vemos mujeres atrapadas en relaciones que no las hacen felices, con hombres abatidos, que no dan el ancho, ¿qué es lo que más te impresiona de las parejas infelices?
-La infelicidad en la pareja me parece un infierno, en muchos casos voluntario, para colmo. Y en otros casos soportado por muchas cuestiones, desde presiones sociales a económicas. Pocas cosas me parecen más horribles que dos personas que se desprecian o se detestan y que insisten en vivir juntas armando una ficción de afecto.
-El relato que da nombre al libro es desolador y de una agudeza finísima tomando en cuenta el momento que viven las mujeres en cuanto a sus derechos y a la violencia que padecen día a día, especialmente en América Latina. ¿Cómo surge Las cosas que perdimos en el fuego?
-Quise escribir un cuento de brujas. De brujas contemporáneas. Lo primero que supe fue que ellas debían tener control de sus cuerpos y, por lo tanto, iban a decidir lanzarse a las hogueras, crear una nueva carne. También surgió de una imagen, una chica quemada que era extrañamente sensual y pedía dinero en el subte de Buenos Aires. No sé si ella fue quemada por alguien o estaba lastimada por un accidente, no sé nada de ella, su imagen sin embargo era impactante, fuertísima. Hace mucho que no la veo.
-¿Qué te pasa con esa mirada que ve al terror como un género menor?
-No le doy importancia. Henry James escribió Otra vuelta de tuerca (1898). Mary Shelley escribió Frankenstein (1818), uno de los textos más importantes de la literatura. Creo, además, que es una mirada prejuiciosa porque es un género popular.
-La ilustración de la tapa del libro es un trabajo de la artista polaca Aleksandra Waliszewska, que dibuja escenas oscuras, violentas, de estados emocionales alterados. ¿Encuentras similitudes con tu obra literaria?
-La adoro. Por suerte ella aceptó estar en la portada de mi libro, es una de las grandes alegrías de mi vida. Su obra me impacta porque, a veces, siento que son ilustraciones de mi imaginación (más que de mis cuentos, que siempre son inferiores a lo que imagino). En la novela que estoy escribiendo, que no tiene título aún, uso imágenes de Aleksandra directamente para intuir escenas: ella es una gran inspiración.
Por Javier Correa
"El periodismo requiere investigación, chequeos, las voces de
los otros: la literatura
que yo hago, no".
"Pocas cosas me parecen más horribles que dos personas que se desprecian o se detestan y que insisten en vivir juntas armando una ficción de afecto".