Una de mis fantasías literarias, mientras vivía en Chiloé, y que aún mantengo, supongo, era que la isla se hiciera autónoma a partir de un conflicto terminal con el gobierno central. Dicho gesto político administrativo debía surgir para contrarrestar la barbarie mercachiflera del negocio del salmón. La rebelión la comenzaban las aldeas costeras de pescadores y recolectores que eran invadidos por la peste salmonídea. La sensación de abuso colectivo tornaba dramático los acontecimientos. La imaginación literaria se nutre de dicha experiencia. Yo vivía en Chiloé con mi plantel lechero y recién comenzaba el boom de las salmoneras. En ese momento la soberbia empresarial era incontrarrestable.
El sueño autonomista era una utopía que se legitimaba por la catástrofe ambiental que ese cultivo producía, impidiendo el trabajo de gran parte de la comunidad y que resentía profundamente la economía de subsistencia de la isla. Esa era, más o menos, la historia posible y que nunca desarrollé.
Con el caso actual, pensando en la posibilidad de retomar el proyecto, hay un ingrediente clave y que me encanta, y que tiene que ver con el mito colectivo de que las salmoneras son culpabilizadas de la marea roja, lo que es científicamente inverosímil, pero lo que sí es verosímil es que son culpables de cosas mucho peores, como de la contaminación del borde costero; y eso es lo interesante como nudo narrativo. La comunidad les pasa la cuenta como aquellos antagonistas radicales que venían con sus sortilegios desde un continente perverso, para el sometimiento de un territorio a los designios de un negocio endemoniado.
La construcción anecdótica depende de una decisión del narrador. Conceptualmente el giro folletinesco, propio de las telenovelas era una lata o muy obvio como recurso. Una posibilidad muy clásica, por otra parte, era la típica historia emotiva del hijo que después de los estudios vuelve a la casa familiar, antes de ejercer una profesión liberal que cursó en la capital, pero se ve envuelto en una serie de eventos propios del nuevo momento que vive la isla, incluida cuestiones afectivas. Si escribiera esa novela hoy día debería investigar, además el modelo de elaboración frankesteiana de los salmones, un bicharraco que sería el epítome de la industria alimentaria y, por cierto, del modelo de negocios inescrupuloso que la promueve. También habría que revisar las políticas de borde costero que, por un lado, ha despreciado el modelo de economía mínima de la caleta de pescadores (que está en el origen de nuestra identidad como cultura), y que por otro, ha estimulado ciertos cultivos marinos, a través de concesiones, descartando el modo cooperativo de los lugareños
Conceptualmente, estoy pensando en un sistema narrativo que se distancia del criollismo clásico que describe el objeto con una toma de distancia jerarquizante. Aquí, más bien, se trataría del objeto y su descomposición. Todo esto se puede matizar con alguna expansión narrativa, una digresión en el relato que tenga como locación el casino de Puerto Varas, ya que en esa ciudad suelen vivir todos aquellos que están ligados con el negocio salmonero. Imaginemos un capítulo en donde unas chicas que trabajan en área administrativa de una salmonera traban amistad con el joven profesional chilote, mientras juegan a la ruleta; él ha ido con su primo para cambiar de aire. Imaginemos que acontece un crimen en que ellos aparecen como involucrados. Este giro policial de lo político suele ser muy nutritivo para el relato moderno.
POR Marcelo Mellado*
* Escritor y profesor de Castellano. Es autor de "La batalla de Placilla" .