Emil Mihai Cioran escribió la "Antología del Retrato. De Saint-Simon a Tocqueville" nació luego de que desechó la idea de publicar un libro sobre Saint-Simon.
Todo parte por una imagen, una escena, una serie de preguntas: "Qué hace Cioran, el oscuro, el solitario, el que descree de cualquier heroísmo y santidad, entre tanta señora de peluca y tanto título nobiliario? ¿Qué le atrajo a este autor de epigramas que se ufanaba de su amistad sin palabras con Beckett, de la superficialidad sin complejos de estos textos? Quizás justamente eso, la superficialidad inapelable, tan completa como la profundidad de los místicos y de los suicidas a la que consagró sus mejores páginas". La pregunta, seguida de una respuesta posible, es formulada por Rafael Gumucio en el prólogo de "Antología del Retrato. De Saint-Simon a Tocqueville" (Hueders), intentando comprender la motivación del autor rumano por las bajezas de salón o, digamos, su interés insospechado por los pelambres que circulaban como dardos al interior de la alta sociedad francesa de los siglos XVIII y XIX. La clave de su atracción por la banalidad radica, probablemente, también en los aires trágicos de esa nobleza que fue sacudida violentamente por la Revolución Francesa, como una fiesta que termina en derrumbe.
Pero no fue la rebelión el único responsable de ese desmoronamiento sino que, de alguna manera, también las habladurías corrosivas que abundaban dentro de las altas cúpulas. Esos aristócratas eran como animales salvajes atacándose dentro de una jaula de oro. Hurgando en las intimidades de salón, Cioran rescata las críticas más lúcidas y salvajes, como las escritas por el duque de Saint-Simon (1675-1755) o las de Tocqueville (1805-1859), autor de la "La democracia en América". A través de ellos, y otros retratistas, el célebre pesimista reúne 42 perfiles construidos con tanta corrosión como honestidad. Antes de revelarnos su hallazgo, prepara el camino para esta "autopsia de una sociedad" con observaciones cargadas de agudeza.
Pero el interés de Cioran por la "farándula cortesana" no parece tan rara tomando en cuenta la dislocación que marcó su vida y obra.
Rumano de nacimiento pero radicado en Francia ("no tengo nacionalidad… el mejor estatus posible para un intelectual", anotó), nunca estuvo a gusto en las casillas. Aunque estudió filosofía no se consideraba filósofo, tampoco escritor. Se autodefinía como un "bromista", lo que, de alguna manera, es confirmado por el humor negro presente en toda su obra. Pero Cioran fue también un gran polemista. Defendió el nazismo y la Guardia de Hierro (organización de ultra derecha), para arrepentirse tiempo más tarde. También provocó a los creyentes asegurando que lo único que justifica la existencia de Dios es la música de Bach y se dedicó fervientemente a la creación de aforismos brutales que, con el tiempo, han demostrado su eterna vigencia. Algunos ejemplos: "El límite de cada dolor es un dolor mayor", "no vale la pena molestarse en matarse porque uno siempre se mata demasiado tarde", "el hombre despide un olor particular: de entre todos los animales solo él apesta a cadáver".
La tiranía del gusto
"Antología del Retrato. De Saint-Simon a Tocqueville" nació luego de que Cioran desechó la idea de publicar un libro en inglés sobre Saint-Simon. El proyecto quedó truncado hasta que el autor lo retomó desde otro ángulo.
Sobre héroes y tumbas
Los retratos escogidos están cargados de mala leche. Saint-Simon define al Duque de Noailles -héroe que sirvió en la Guerra de Sucesión Española y austríaca- como poseedor de "la más vasta y más insaciable ambición, el orgullo más supremo, la opinión más confiada de sí, y el más completo desprecio por todo lo que no es uno mismo; la sed de riquezas, la ostentación de todo saber, la pasión por entrar en todo, en especial por gobernar todo; la envidia más general, al mismo tiempo la más aferrada a los objetos particulares y la más abrasadora, la más desgarradora; la rapiña audaz hasta el espanto de hacer suyo todo lo bueno, lo útil, lo ilustre del prójimo".
Por Andrés Nazarala
La mayor transgresión de Cioran fue, sin embargo, la que manifestó en contra de su propio oficio. Odiaba escribir y publicar. "Todo proyecto es una forma de esclavitud", señaló alguna vez, aspirando a una vida sin responsabilidades. Enfrentar la escritura era para él, sin embargo, un medio para combatir el tedio fatal de la existencia. Estaba atado a la ella como si fuese una enfermedad.
Esa actitud no saboteó el desarrollo de una obra majestuosa que avanzó siempre a contracorriente. El ensayista William H. Gass la define como "una filosofía romántica de los temas modernos de la alienación, el absurdo, el aburrimiento, la futilidad, la decadencia, la tiranía de la historia, la vulgaridad del cambio, la conciencia como agonía, la razón como enfermedad".
"A fuerza de leer y releer sus retratos, pensé que quizás habría que intentar ofrecer una imagen de conjunto de este arte tan arduo que consiste en fijar un personaje, en desvelar sus misterios atractivos o tenebrosos. Obviamente, era indispensable presentar una gran variedad de tipos humanos, con todo lo que esto implica como enfoque psicológico", anota en la introducción. Optó finalmente por varios autores para develar a sus personajes, definidos por él mismo como "maniqueístas de salón, seducidos por un dualismo anecdótico, hostiles o ineptos para esta soledad en la que se debate el hombre interior, cara a cara consigo mismo o con Dios".
El rumano ve en la tendencia aristocrática de esa gente al "buen gusto" una señal de la vacuidad de los tiempos. "El gusto, en efecto, es lo propio de los ociosos y de los diletantes, de quienes tienen tiempo", escribe. "La sociedad del siglo XVIII, que lo tenía hasta el hartazgo, lo empleó en naderías sutiles y en futilidades delicadas; lo empleó sobre todo contra sí misma".
Cioran es consciente de la universalidad anacrónica del universo investigado y eso es lo que probablemente justifica su disección. La Historia es circular, la humanidad responde a la misma materia prima, las bajezas de antaño son las mismas de hoy.
"La ausencia de porvenir, al dejar de ser lo propio de una clase, se extendería a todas, en una soberbia democratización por la vacuidad. Pero ni siquiera es necesario realizar un esfuerzo de imaginación para figurarse este último estado: más de un hecho nos ofrece esta idea. A medida que el hombre progresa, si bien ve extenderse sus posibilidades materiales, no deja de discernir que sus posibilidades espirituales se estrechan proporcionalmente", observa para luego afirmar que "una sociedad que goza sin medida ni vergüenza del bienestar sucumbe ante los primeros golpes que le asestan: desprovista de todo principio de vida, sin nada que le permite resistir a las fuerzas que la asaltan, sufre la fascinación de la muerte".
Madame de Staal-Delaunay las emprende contra la "ligereza" de la Duquesa Del Meno. "Curiosa y crédula, ha querido instruirse sobre todos los diferentes conocimientos, no obstante se contentó con la superficie", apunta como una víbora en palacio. "Su espejo no ha podido mantenerla en la menor duda sobre los encantos de su rostro. El testimonio de sus ojos le es más sospechoso que el juicio de quienes decidieron que era hermosa y que estaba bien hecha. Su vanidad es de un género singular, pero parece ser menos chocante por no ser reflexiva, aunque por ello sea más absurda".
Tampoco se salva la Marquesa de Châtelet, retratada aquí por Madame Du Deffand. Famosa por su vida libertina -tuvo como amantes al duque de Richelieu y al matemático Maupertuis. Mantuvo además una larga relación con Voltaire- es presentada como una mujer soberbia y oportunista. "Por más célebre que sea la señora de Chatêlet, no estaría satisfecha si no fuese celebrada, y eso es lo que ha logrado volviéndose la amiga declarada del señor Voltaire; es él quien le da brillo a su vida, y es a él a quien le deberá la inmortalidad".
La recopilación no deja fuera a personajes más reconocidos. Madame de Genlis recuerda a Rousseau como un tipo excéntrico y paranoico. Jean-Paul Marat -el célebre científico y activista- es vislumbrado por Brissot como un farsante ("me convencí del charlatanismo que, toda su vida, ha dirigido sus acciones y sus escritos") y de Napoleón se dice que tenía una "aversión por la verdad". Figuración especial tiene el sacerdote y político Talleyrand. En un texto escrito por él, se refiere al académico Emmanuel-Joseph Sieyès como poseedor de un "corazón frío" y un "alma pusilánime". Pero luego Madame de Staël lo pone en su lugar asegurando que "no tiene facilidad de expresión, puesto que se necesita escribir fácilmente para hablar bien". Madame de Rémusat, por su parte, describe a Talleyrand como un hombre "débil, frío, y hoy está, y desde hace tanto tiempo, tan hastiado de todo, que busca distracciones, como un paladar embotado necesita un alimento picante". Chateaubriand lo remata más tarde con palabras más corrosivas: "Al envejecer, se había vuelto una calavera; sus ojos estaban apagados, de manera que era difícil leer en ellos, lo que le servía; como había recibido mucho desprecio, se había impregnado de él, y lo había puesto en las dos esquinas de su boca".
No cuesta imaginar a Cioran disfrutando con esta pelea de perros que, para los lectores, desacralizará a algunas figuras de la Historia. Su gran broma consiste en remecer solemnidades de museo, ventilar bajezas de una sociedad cínica y protocolar. Este libro es una carcajada en 268 páginas.
hueders
CLAUDIO CORTES