UN MILAGRO PARA EL NIETO
De niños, después del colegio iba con mis hermanas a almorzar a la casa del abuelito Antonio Rendic. Teníamos que estar a las 12 en punto. Mientras comíamos, nos conversaba y preguntaba por las materias que estudiábamos. A veces no recordábamos lo enseñado, por lo que nos hacía un repaso completo. Son recuerdos imborrables de su cariño.
Al morir su señora, la abuelita Amy, mi madre me pidió que lo acompañara por un tiempo. Me trasladé a su casa a los catorce años. Fue increíble, allí asimilé su rutina diaria, sobre todo el amor con que trataba a sus pacientes.
Me fui a Santiago para estudiar en la universidad, y en cada viaje a Antofagasta mi primera visita era al abuelito. Posteriormente viví en Copiapó, y en todos los regresos lo iba a ver. Conversábamos largo sobre esta ciudad donde había cursado la Secundaria.
El domingo 12 de junio de 2011, tuve que ir a la mina en la que yo trabajaba, pues había problemas con un generador. Estaba revisándolo cuando sentí un gran dolor en el pecho, mareos y un calor sofocante que me hizo sudar de pies a cabeza. Me trasladaron a la Clínica de la Asociación Chilena de Seguridad y, después de examinarme, fui derivado al Hospital Regional.
Pero no había cama disponible en Urgencia. Sintiendo un agudo dolor en el pecho, escuché que la doctora decía a mi señora que me trasladarían a Vallenar. Yo me negué porque allí había menos recursos.
Se consiguió finalmente que ingresara a la UCI, aunque durante la noche sufrí un infarto agudo al miocardio, que afectó el 45% del corazón. Tuve un shock cardiogénico. Mis pulsaciones disminuyeron, arriesgando que me quedaran secuelas neurológicas o incluso morir. Me suministraron un medicamento trombolítico.
Yo estaba con coma inducido, y se resolvió llevarme urgentemente a Santiago, pues en Copiapó no tenía posibilidad de sobrevivir. Pero las desgracias siguieron multiplicándose.
El primer avión ambulancia abortó. En el segundo, al cambiar las máquinas que me mantenían vivo, sufrí un paro cardiorespiratorio. El médico prohibió el traslado. El tercer aparato no pudo aterrizar en Santiago dadas las condiciones atmosféricas, por lo que enfiló a Viña del Mar y me trasladaron por tierra a la capital. A causa de la demora, perdí mi cupo en la Clínica de la Católica. Fui internado en Indisa, donde me realizaron una angioplastia, pero no pudieron destapar una de las arterias.
Los médicos tomaron entonces la decisión de operarme a corazón abierto. Me hicieron exámenes, incluyendo un scanner cerebral. El diagnóstico fue lapidario, tanto que trajeron a mi madre desde Antofagasta para que alcanzara a despedirme.
Lo más extraordinario, sin embargo, ocurrió durante la noche. Según informó el personal, cuando se disponían a preparar la intervención, hacia las 3 de la madrugada habían visto a un hombre alto, delgado, canoso, con chaquetilla blanca, que tenía sus manos sobre mis hombros. Mis familiares no dudaron de que el abuelito me había visitado.
Asombrosamente, el médico indicó que ya no me iban a operar, porque bastaba otra angioplastia. Tomé la estampa con la oración de mi abuelito, pidiéndole que guiara el procedimiento. Y este segundo intento resultó exitoso. Me implantaron un stent. A los dos días fui dado de alta.
Desde ese instante feliz, siento que mi abuelito cuida mi salud por su gran amor hacia mí. Y no dejo de considerar que el 13 de junio es el día de San Antonio. Mi madre dice que yo soy su nieto regalón.
un santo para antofagasta