Cuando se conocieron, rubén darío tenía 19 años y Pedro balmaceda 18 años, y vivía en el palacio de la moneda, en la época en que los familiares del presidente residían allí.
Rubén Darío y Pedro Balmaceda se conocieron trabajando en el diario "La Época". El primero había desembarcado en Valparaíso el 24 de junio de 1886 y sobrevivía a duras penas entre la ciudad puerto y Santiago. La vida en Chile se le hacía difícil, lo que no impidió que publicara los libros "Abrojos" y "Azul", obra capital dentro de la revolución modernista. El segundo era hijo del presidente José Manuel Balmaceda, pero se sentía más cómodo en las penumbras de la bohemia que en los salones de la aristocracia. Aunque dejó pocos escritos, ganó prestigio gracias a su erudición (sin pisar Francia era un experto en su cultura) y también por apoyar nuevos talentos, siempre con el pseudónimo de A. De Gilbert que adoptó para desligarse de la fuerte figura presidencial.
Esos adolescentes letrados -Darío tenía 19 años y Balmaceda 18 cuando se encontraron por primera vez- se hicieron amigos automáticamente, compartiendo lecturas, charlas y proyectos. Pero, por un pequeño desencuentro que nunca ha sido realmente aclarado, dejaron de hablar. Darío abandonó Chile en 1989. Más tarde, en San Salvador, se enteraría de la prematura muerte de Balmaceda y, desbordado por la tristeza, escribiría "A. De Gilbert" (Ediciones Biblioteca Nacional), buceo nostálgico por el pasado que inmortaliza los recuerdos de su amigo muerto.
El gran renovador de la literatura latinoamericana compuso así verdaderas "páginas de duelo", como las define Carlos Ossandón en el prólogo de la nueva edición publicada por la Biblioteca Nacional. Para el prologuista esos amigos estaban marcando una nueva era, componiendo un modelo que irrumpiría con fuerza en los años posteriores: "Es la figura del artista moderno, del 'raro', del poeta solitario e incomprendido, 'bohemio' o 'dandi', la que se inaugura con Rubén Darío y Pedro Balmaceda".
Una amistad profunda
El relanzamiento de "A. De Gilbert" forma parte de las actividades que Extensión de la Biblioteca Nacional viene realizando con motivo de los 100 años de la muerte de Rubén Darío. La iniciativa se suma a la edición de "Los raros y otros raros" (Ediciones Archivo del Escritor), además de una importante muestra que exhibió 680 manuscritos del autor, entre correspondencia, artículos y poemas.
"La elección del libro es porque en él Darío narra vívidamente sus años en Chile, su amistad con Pedro Balmaceda, sus veladas literarias en la pieza de Balmaceda en el Palacio de La Moneda, en la época en que el Presidente y su familiares residían allí", cuenta el escritor Thomas Harris, responsable de la reedición. "Por otra parte es, además de una crónica de época y de una amistad profunda, un sentido testimonio y una suerte de réquiem por el que fue su mejor amigo, mentor y mecenas. Él financió completa la primera edición de 'Abrojos', primer libro que Darío publicó en Chile".
Esa gratitud queda evidenciada en un libro escrito con lucidez, como si Darío enfrentara las imágenes vivas de un pasado que no volverá. Los juegos modernistas con los que revolucionó el panorama literario no tienen aquí cabida. Solamente las emociones, la honestidad, la descripción minuciosa y la evocación directa de un vínculo indestructible que él define como "una amistad profunda y razonada, un mutuo comercio de ideas, una comunicación ardiente y viva de emociones estéticas, un conocimiento recíproco de nuestras dos naturalezas, un aliento siempre mantenedor de nuestras esperanzas".
El primer capítulo es, de hecho, un agradecimiento a Balmaceda por haber facilitado la edición de "Abrojos", su primer libro de poemas.
"Pedro vio en ellos la expresión sincera y profunda de una desolación íntima y verdadera, de una amargura experimentada; me hizo el bien de no confundir mis versos de mi alma, con tantos arranques quejumbrosos, o blasfemias estúpidas que por ahí han florecido como yerbas malas, que pretenden en el jardín de las letras, el mismo jarrón que los vergissmeinnicht y rosas espinosas de Heine, o los desfallecientes lirios y campanillas azules de Gustavo A. Bécquer", rememora el autor.
Luego, disecciona la memoria de su amigo desde todo los ángulos bajo títulos como "Pedro en la intimidad", "El artista", "Un amor", "At home", "Sus amigos", "Recuerdos", "La enfermedad" y "La muerte y la gloria". Darío incluye además un capítulo titulado "Escuela literaria" en el que ofrece íntegramente el ensayo "La novela social contemporánea", escrita por Balmaceda.
"La desgracia de Pedro Balmaceda fue su temprana muerte", opina Harris. "En su breve pero excelente crónica sobre Pedro Balmaceda Toro, 'El hijo del Presidente', el poeta Leonardo Sanhueza habla de que "esta es la historia de una posibilidad'. O sea como un acto fallido de la vida. Pedro Balmaceda fue un gran y lúcido crítico, cuentista e intelectual que manejaba, sin haber salido de Chile, la literatura francesa y europea en general, como pocos en un país donde la elite intelectual era muy ilustrada y lúcida. Su enfermedad producto de un accidente cuando niño, su complexión física débil y enfermiza, los extremos cuidados que debía llevar en su vida jugaron en contra del que, sin duda, habría sido una de las grandes figuras literarias de su generación en Chile. Y esto se puede comprobar con la lectura de la redición de sus obras por la editorial Origo".
Las evocaciones de Darío están cargadas de detallismo y nostalgia por momentos claves. Como cuando Balmaceda lo acompañó a cubrir un incendio que no impidió que conversaran sobre sus gustos literarios. O una visita del escritor a la habitación del hijo del Presidente en el palacio de La Moneda.
"¡Un pequeño y bonito cuarto de joven y artista, por mi fe!; pero que no satisfacía a su dueño. Él era apasionado por los bibelots curiosos y finos, por las buenas y verdaderas japonerías, por los bronces, las miniaturas, los platos y medallones, todas esas cosas que dan a conoce en un recinto a su dueño y cuál es su gusto", describe el poeta.
Para Harris "la influencia mutua de Balmaceda y Darío fue el gusto, principalmente, por la literatura francesa de la época, el simbolismo y el decadentismo, pero también por las diferencias, que son importantes, ya que Balmaceda también mira hacia el futuro de una literatura realista, más cercana a la novela social, como se puede comprobar en el texto 'La novela social contemporánea', que Darío incluye en su libro. Pero también en los sueños, en la idea de viajar juntos y 'Conquistar París' de dos jóvenes que apenas frisaban la veintena de años".
En medio de este intercambio de apreciaciones y entusiasmos, la separación fue dolorosa. Y más aún la muerte de Balmaceda, cuyo corazón dejó de resistir cuando tenía 21 años. "No estreché su mano al partir….Pero ¿qué importa, si tenemos que vernos en lo infinito?", concluye Darío.
Tumbas de la gloria
La muerte de Balmaceda gatilla en el autor su prosa más poética. Ahí entrega bellas imágenes para describir la tragedia, la grandeza de su amigo y la importancia de todo lo que dejó en este mundo.
"La obra que deja es corta pero valiosa", escribe. "Es un diminuto templo paranínfico dedicado a la belleza, donde se siente el eterno femenino. El mármol de vetas azules, ahí está en las columnas y cariátides. Los muros están cubiertos de arabescos, de exfoliaciones, de finísimo almocárabe, atauriques y azulejos. Ahí ofician solo sacerdotisas, que llevan cornucopias y cestas de flores".
Su concepción de la muerte es luminosa, llena de fe en la omniscencia del espíritu.
"¡Oh amada alma fraternal!, tú, para quien ahora todo es traslúcido y visible, mira en estas páginas, húmedas de llanto, palabras de mi corazón, que se ha llenado de duelo con tu partida", escribe. "¡Creo en la eterna vida del espíritu, donde, bajo la luminosa majestad divina, la visión y el ensueño son reales, y donde los brillantes náufragos de la tierra, en la inmortal alegría, ven florecer la inmensa claridad sagrada, sobre el amor de las estrellas, más allá de la jornada del gran sol!".
A pesar de clasicismo, y del tiempo que ha pasado, "A. De Gilbert" no se siente añeja porque la prosa de Rubén Darío trasciende limitaciones temporales. Pero también porque la amistad de esos adolescentes bohemios es reconocible, cercana, universal.
"Yo recomendaría la lectura de esta reedición por la amistad tanto filial como intelectual de lo que podríamos llamar dos almas gemelas", destaca Harris.
"Son dos sensibilidades hermanas que se encuentran quizá por el destino, y que vivieron una época donde Latinoamérica adquiría su identidad y sus sueños, y la vida literaria y cultural se vivía profunda y comprometidamente", concluye Harris,
pedro balmaceda.
Rubén Darío y su esplendor en Chile
Darío fue un poeta, periodista y diplomático nicaragüense que ejerció una enorme influencia en la poesía modernista del siglo XX. Llegó a Valparaíso el 24 de junio de 1886 y publicó artículos en El Mercurio de Valparaíso y en el diario La Época, de Santiago. En este último periódico conoció al hijo del entonces Presidente de la República de Chile Pedro Balmaceda Toro, quien organizaba en La Moneda unas tertulias literarias donde convocaba a los poetas y artistas más revolucionarios de la época. Chile vivía un esplendor cultural. Además, Darío y Balmaceda compartían un apasionado gusto por los autores parnasianos y simbolistas franceses (Baudelaire, Gautier, Verlaine), por lo que se hicieron grandes amigos. Balmaceda se convirtió en su mecenas y lo convocó a participar -con una novela que el nicaragüense escribió en 15 días- en el certamen Varela, donde Darío ganó el primer lugar. Gracias a la ayuda de su amigo Balmaceda, Rubén Darío publicó además "Abrojos". "No ha tenido Chile poeta más poeta que él. A nadie se le podría aplicar mejor el adjetivo de Hamlet 'Dulce Príncipe', diría Rubén Darío de su amigo muerto abruptamente a los 21 años de edad. Cuando supo de su muerte, comenzó a escribir rápidamente una especie de cuaderno de duelo: "A. De Gilbert".
"Es la figura del artista moderno, del raro, del poeta solitario, del dandi, la que se inaugura con Darío y Balmaceda".
"Fue una amistad profunda y razonada, un mutuo comercio de ideas, una comunicación ardiente y viva".