¿Embelecos?
El diccionario de la Real Academia no miente: un embeleco es una mentira, un engaño. No tiene nada que ver con "golosina", aquel dulce que -sin atosigarnos- nos saca de apuro y nos sosiega el apetito. Pero en Chile a los embelecos se les asocia con dulces, pastillas, caramelos, galletitas, pasteles, chocolate, lo que sea.
Mirando lo nutrida que está la oferta en un supermercado, recordé las galletas azucaradas, con que me premiaban cuando me mandaban a comprar "agujas para victrolas" a la Librería "Excelsior", en Latorre esquina Serrano. O me regalaban "americanas", con cuatro pasas, que vendía José Papic en su Panadería Central.
Olvidados, parece haber quedado el turrón casero. Y con su ausencia, quedó cesante el martillo -esencial para quebrarlo- cuyo perfil nos servía para apodar a nuestros amigos de nariz prominente.
Ni hablar de la "melcocha" y la "chancaca", ambas venidas desde tierras del Rímac, hoy muy escasas y poco consumidas. Las "cocadas", con gusto a zanahoria y coco, son también un dulce con sabor añejado por los años. Hasta se nos vendía trozos de caña de azúcar, que masticábamos para obtener su empalagoso jugo.
Juanito, un anciano de alba chaqueta, ofrecía sus "palitos" entre versos y rimas. Palitos rellenos de un latigudo almíbar, que fueron precursores quizás de los iquiqueños "chumbeques".
También, con versos hilarantes, el "Sparry" nos ofrecía sus productos, barquillos antecesores de los "cuchuflíes", que junto a sus turrones, había que consumir "mirando y chupando". Afirmaba que "Estos quedan gustando y no repugnando/Los que quedan vivos, quedan saltando".
Ante esta arremetida de todo lo foráneo, solo los "calzones rotos" y los "berlines" parecieran sobrevivir, junto a las salvadoras "roscas", que sacan de apuro a cualquier apoderada.
Hoy, nombres extranjerizantes -preferidos irracionalmente por los chilenos- se imponen a aquellas tradicionales golosinas que endulzaron nuestros días de la infancia lejana… ¡Qué amargo resulta comprobarlo…! ¿No?
Jaime N. Alvarado García