Vigilia, acompañando al poeta
Andrés, esta noche no estará solo. Llegaremos sus amigos, los sabellianos, a conversar con usted. Le contaremos de nuestra vida, leeremos poemas, cantaremos, pero sobre todo, recordaremos. Ya, para nosotros, es una tradición reunirnos la noche de los 25 de agosto. Tal vez, porque estando todos juntos, la pena de su ausencia se atenúa, porque usted, Andrés, aun nos hace falta. Todavía pensamos que, algún día, doblaremos la esquina de Uribe con Matta, Prat con San Martín o Matta con Prat, y nos encontraremos con usted, como antes, como siempre, rodeado de amigos, alumnos, admiradores, conversando en poesía, de la vida, del hombre.
Han pasado ya 27 años… Y la ausencia se ha notado. Pero, curiosamente, a medida que ha pasado el tiempo, el dolor ha disminuido y la difusión y seguimiento del legado, de la obra, ha crecido. ¿Será la nostalgia? ¿Será el cariño? ¿O será negarnos al olvido?
Cualquiera sea el nombre, lo importante es continuar en la senda de antofagastinidad, aquella que usted nos trazó.
Y la siembra, maestro, está dando frutos: estuvimos en el Liceo Andrés Sabella, donde hay murales, dibujos de su rostro y su figura; un coro que canta sus poemas; un curso que le envía de regalo, un collar de corazones con pensamientos infantiles de admiración a su obra y su persona.
Usted hablaba que su obra literaria tendría razón de ser sí, después de 10 años, alguien recordaba un poema. Hemos cumplido con creces: su recuerdo y su nombre están en el Museo, en una Avenida, en la Casa de la Cultura, en el Aeropuerto de Antofagasta.
Y los niños cantan sus poemas; un artista musicaliza y graba "Norte Grande"; los estudiantes participan en un concurso llamado "Iluminando Poemas de Andrés"; estudiantes de Calama y Antofagasta profundizan el conocimiento de su obra.
En Iquique, aquel viernes 25 de agosto de 1989, estuvo solo en el hotel Eben Ezer. Hoy estaremos junto a usted, en el Mausoleo Sabella, porque usted está aquí, junto a nosotros, presente en el cariño y el recuerdo, vigente, más vivo que nunca.
¡Digo Paz. Dilo conmigo!
María Canihuante