Aquí no ha pasado nada
Lo fascinante de este segundo trabajo del director Alejandro Fernández Almendras (antes hizo 'Matar un hombre') son los bordes: los del relato que a ratos se insinúa más que mostrarse, la del conflicto que no se ve pero está presente y la de una sociedad que sabe pero prefiere callar, provocando la impotencia y trayendo consigo la impunidad.
En un solo plano, los espectadores se enteran de que el auto de un senador de la República fue quien golpeó y mató a un tipo del que sabemos solos algunos datos: su nombre, Juan Carlos Saldía, su edad, 32 años, su estado civil, casado y que tenía tres hijos. Pero nada más. Porque nunca lo vemos, aunque la policía recoge sus restos que quedaron botados en una carretera en algún punto de lo que une Zapallar con la nada.
El hecho, claro está, nos remite a un acontecimiento nacional muy reciente y vergonzoso de nuestra realidad: también hubo un hijo de un senador que mató a un individuo y también existió la misma impunidad aberrante, el silencio de los medios acomodados y el clamor de las redes sociales, especialmente a través de los mensajes de Twitter y Facebook al igual que sucede acá, donde inundan la pantalla hacia el final de la película.
Aquí no ha pasado nada (2016) es la crónica de una noche de juergas de un grupo de jóvenes cuicos, los denominados hijos de su papá, que tienen plata, manejan auto y tienen nana, que se permiten todas las licencias que les da el poder del dinero: sexo, drogas, fiestas, robos menores -en estos casos unos fuegos artificiales- y que se sienten protegidos porque el papá es abogado famoso, o amigo del juez de turno y suma y sigue.
Lo terrible de este relato minimalista hasta más no poder, en donde se pautean las horas de dos días y donde aparecen en la pantalla los mensajes que se intercambian a través de sus celulares los involucrados en este episodio grotesco, es que por detrás de ellos, como figuras de segundo o tercer orden, está la familia, que solo articula estrategias y despliega sus contactos para tapar lo que saben. Un mundo de desidia que se ha heredado y que tiene como denominador común el abuso y el poder.
Vicente (Agustín Silva), luego de una noche de juerga, aprenderá una lección dolorosa en su vida: será implicado en un delito que no cometió. A partir de ello comienza a tomar conciencia (poca en realidad) de lo dramático de su situación: cae en desgracia en un medio donde solo interesa el apellido, el colegio donde se estudió o qué auto manejas.
El ingenuo protagonista se dará cuenta que tiene que aprender las lecciones de ese plan, urdido por una de las familias más influyentes del país para así dejar limpio a uno de los suyos.
'Aquí no ha pasado nada' transcurre en un verano y en un lugar específico, aunque el espacio geográfico apenas se intuya, porque todo lo demás es nebulosa, familias adineradas y de renombre, corrupción y maquinaciones que tienen como objetivo central uno solo: no dañar el statu quo, el orden establecido y, por supuesto, el renombre del senador que no vemos pero que sabemos quién es, dónde está y qué representa dentro de la política nacional.
Con materiales mínimos, el director Alejandro Fernández Almendras, instala en este filme un estilo inquietante y no desechable: la indefinición de la imagen, la cámara por encima de los hombros, los primeros planos cerrados y asfixiantes que cuando se abren revelan un mundo decadente y con reglas establecidas por el orden de las familias.
Por cierto que el subtexto de 'Aquí no ha pasado nada' es político, porque subyace en esta película una relación directa y específica a un país, Chile, visto como una sociedad que ha venido arrastrando los fantasmas de la dictadura donde se acunó aquello que reza el título: un lugar donde no ha sucedido nada, donde es preferible la amnesia y la abulia social.
Y la secuencia clave de todo el filme subraya lo antes expresado: una escena memorable que transcurre en la playa, a pleno sol, donde se reúne por primera vez Vicente y el abogado (Luis Gnecco) que le regala cerveza y le habla de su padre, de la vieja amistad que mantuvo con él desde los tiempos de la Universidad de Chile, que le palmotea el hombro pero que se revela siniestro, amenazante y feroz.
Lo inteligente es que nada se desborda en este filme, todo es postizo, protocolo y apariencias y por eso mismo, el resultado es más devastador: aquí, en realidad no ha pasado nada. Aunque sí ha pasado. Hubo un accidente, hubo una víctima y una familia quebrada para siempre. Pero el dinero lo arregla todo. Gran película, aunque cueste admitirlo.
Periodista, Magíster en Edu. Escritor, Académico U. A.
Víctor Bórquez N.