Armas contra togas
La más pura lección de dignidad universitaria, de celo en su función mayor, la recibimos de aquel grande maestro católico que fue don Carlos Vergara Bravo, profesor de Derecho del Trabajo en la Universidad de Chile. Funcionaba la Escuela de Leyes, entonces, en la Casa Central. El 5 de septiembre de 1938 acontecieron los hechos de sangre que concluyeron con más de sesenta estudiantes muertos. Atrincherados en esta casa, hubo despliegue de fuerzas y de balas. Las balas penetraron al recinto universitario, dejando, en sus paredes, la huella de su violencia. Suspendidas las clases, por algunos días, se reanudaron, cuando se calculó prudente hacerlo.
Asistimos a la primera que nos correspondía. Precisamente, debía dictarla don Carlos. Nos conmovía la situación. Don Carlos, de pie, ante los alumnos, tras el saludo, nos habló:
"Les ruego amigos, que quienes sepan rezar repitan conmigo el Padrenuestro, por la memoria de los compañeros que cayeron el 5…"
Rezó el curso entero. Don Carlos continuó:
"La clase ha terminado. No podría seguir enseñando aquí, donde las balas han ofendido el espíritu de la Universidad".
Salió, en silencio, seguido por sus alumnos que se disputaban el honor de estrechar sus manos.
La historia resulta valiente y vibrante, y, principalmente, oportuna en estas horas en que los uniformes avasallan togas y delantales médicas, en instantes en que la pluma y el bisturí, los compases y los logaritmos, sufren culatazos y la nubarada de gases lacrimógenos.
A propósito de bombas lacrimógenas, ¿cuántas se gastaron y gastan en Chile, con qué costo del erario nacional, y cuántos litros de leche pudieron servirse a los niños desnutridos, con estos valores echados al aire?
Para Azorín, "El ideal humano", comprendidos el progreso y la justicia, resulta solamente "una cuestión de sensibilidad". ¿Son sensibles las balas y quienes las prodigan? También, Universidad es sensibilidad, esto es: sentimientos de humanidad".
(Extracto de publicación en Revista ANÁLISIS, 26 de Agosto al 1º de septiembre 1986).
Andrés Sabella