A diferencia del cineasta erudito y referencial que conocemos a través de sus películas, el Wenders escritor enfrenta el papel en blanco con honestidad, nostalgia y más preguntas que respuestas. Esquiva la certeza del ensayo para tratar de comprender los métodos de los artistas que lo marcaron. Nos habla directamente de sus gustos, filtrados siempre por recuerdos y vivencias.
La estructura de los textos se revela como una grata particularidad. Muchos de ellos están escritos en fragmentos, como si fuesen poemas o imágenes distribuidas libremente en el papel. Wenders plantea ideas como si estuviese montando escenas en una mesa de edición, como si necesitara ver los párrafos graficados para armar un discurso. Su caligrafía es esencialmente la de un cineasta.
"Hay personas que son capaces de pensar con una enorme claridad. Otras, pensando no llegan muy lejos. Pierden el hilo a la vuelta de la esquina y tienen que estar buscando todo el tiempo el punto de partida para saber qué era lo que querían decir. Yo soy una de esas. Solo escribiendo puedo pensar las cosas hasta el final", confiesa en las primeras páginas. "Escribir así me resulta de gran ayuda. Genera patrones, "bloques visuales de idas" o, de algún modo, una estructura en la que hay una especie de gramática visual que me ayuda a no perder de vista la gramática de los pensamientos".
Esa forma visual de escritura le permite desglosar sus ideas sin una pauta preconcebida, mezclar la apreciación crítica con la memoria. En "Ingmar Bergman y Michelangelo Antonioni: 30 de julio de 2007" aborda uno de los días más negros dentro de la historia del cine: cuando abandonaron este mundo dos realizadores fundamentales. La tragedia -o, digamos, esa mala broma del destino- devuelve a Wenders al pasado.
"Cuando era un joven estudiante de Medicina en Friburgo vi una retrospectiva de todos los films de Ingmar Bergman que existían hasta entonces", rememora. "Recuerdo la fuerza con que me impactó 'El séptimo sello'. Pasé largas horas deambulando en medio de la noche para procesar lo que había visto, y eso fue mucho antes de que el cine irrumpiera en mi vida como una posible profesión. Después, con el correr de los años, volví a ver esa película varias veces, y la idea, pero sobre todo el arrojo de incorporar a la muerte como persona, debo agradecérsela a Bergman".
Con Antonioni tuvo un vínculo más estrecho. Juntos co-dirigieron "Más allá de las nubes" (1995). Wenders fue contratado como asistente luego de que el italiano sufriera un accidente cardiovascular. En el texto manifiesta su admiración por la manera en que el director salió adelante a pesar de los obstáculos.
El alemán reconoce también que el responsable de que quisiera dedicarse al cine fue Anthony Mann ("El hombre del oeste"). "Yo, que en realidad había ido a París a estudiar bellas artes, descubrí de pronto la cinemateca y por ende el cine, y llegué de casualidad a una retrospectiva de Anthony Mann, y en definitiva fueron esas películas (y ningunas otras) las responsables de que yo colgara la pintura y empezara a estudiar cine. Y a escribir críticas. Full circle", escribe.
Adiós a Pina
La imagen de eterno aprendiz que Wenders proyecta en cada uno de sus textos se impone también cuando se refiere a la coreógrafa Pina Bausch. Desde que descubrió su obra quiso realizar un documental. Terminó enfrentando el proceso en el año 2010, pero ella falleció en la etapa de preproducción. A pesar de las adversidades, el cineasta decidió sacar adelante el film junto a los bailarines de su compañía.
El libro incluye dos discursos que ofreció en honor a la coreógrafa. El primero fue cuando ella recibió el Premio Goethe; el segundo tuvo lugar en su funeral.
"Vi por primera vez una obra de Pina Bausch hace veinticinco años. En Venecia. Admito que no sabía mucho de la danza-teatro. Sentí tarde 'el llamado'. Ya había visto algunos ballets y todo tipo de espectáculos de danza en muchas partes del mundo, pero nada me había dejado boquiabierto ni me había conmovido", destaca. "No habían pasado los primeros minutos de la obra y ya sentía un nudo en la garganta, y después de quedar suspendido por unos instantes en un asombro incrédulo solté las riendas, dejé fluir lo que sentía y me largué a llorar desenfrenadamente. Nunca me había pasado algo así", describe.
"Los Píxels de Cézanne" muestra la buena pluma de un autor honesto e inquieto que quiso ser muchas cosas antes de aterrizar en el cine. Como señala Annette Reschke en el prólogo: "Él en realidad quería ser pintor o escritor, pero no pudo decidirse por ninguna de las dos opciones. Como cineasta, Wim Wenders pudo ser ambas cosas: en sus imágenes se reconocen sus pinceladas y en su producción la escritura sigue siendo un elemento fundamental".
Wenders reunió en un libro reflexiones sobre cine, teatro y danza, con absoluta honestidad y nostalgia.
"Los Píxels
de Cézanne"
Wim Wenders
Traducción de Florencia Martin
Ed. Caja Negra 208 páginas
Por Andrés Nazarala R.
Cuando llegó a los 70 años de edad, el cineasta Wim Wenders quiso cumplir una fantasía que arrastraba desde la adolescencia: escribir un libro. Entonces se puso a buscar viejos artículos, prólogos de libros y hasta transcripciones de discursos ceremoniales. Así armó "Los Píxels de Cézanne", publicado ahora en español por la editorial Caja Negra. Una selección de reflexiones sobre cine, arte y danza que abarca a talentos de la talla de Ingmar Bergman, Michelangelo Antonioni, Douglas Sirk, Samuel Fuller, Manoel de Oliveira, Yasujiro Ozu, Paul Cézanne, Edward Hopper y Pina Bausch, entre otros.
EFE/ETTORE FERRARI