"Abandonados, expósitos y huachos"
Gabriel Salazar habla por los huachos "que están demás en el camino" en su libro Ser niño huacho en la historia de Chile, publicado por Lom en el 2006. Lo hace desde su propia investigación y mirada pero también interpelándonos desde un nosotros e indagando en políticas y cifras oficiales.
El historiador chileno, Premio Nacional de Historia, dice haber llegado al tema husmeando en los bordes de la historiografía oficial, pues la historia la escriben y la viven los adultos, los niños simplemente la sufren.
El recorrido trazado por Salazar comienza a mediados del siglo XIX, en la miseria de los ranchos de las zonas rurales, en donde los niños que no podían mantenerse eran entregados a la casa de la hacienda para formar parte del servicio doméstico, otros corrían peor suerte y eran arrojados barranco abajo.
Con la industrialización las mujeres comenzaron a emplearse en las fábricas textiles y a vivir en conventillos, lo que hacía que los niños escaparan a la calle y se convirtieran en un problema público que variadas ordenanzas trataron de solucionar.
Como no tuvo sentido construir nada puertas adentro, los niños huachos vieron como única posibilidad buscarse entre ellos mismos y apandillarse, puertas afuera. "Teníamos que construir algo entre los huachos, por los huachos y para los huachos". Por esto, en torno a los pilones, las chacras, los muladares, las recovas y chinganas, construyeron un mundo propio.
Según el historiador, esta camaradería de huachos constituyó el origen histórico de la conciencia proletaria en Chile, pues su instinto de clase fue más importante que el instinto de familia: "Nos vimos forzados a darnos nuestra propia ley. A levantar como fuera nuestra propia sociedad y labrar de cualquier modo nuestro propio proyecto de vida. Definimos a pulso nuestro papel histórico y hemos dado vida, a empujones, a nuestro propio movimiento, les guste o no les guste".
Cuando habla el Estado o el gobierno en el texto de Salazar lo hace desde la batalla que se ha librado contra el bajo fondo popular, declarando una "guerra de exterminio contra el vagabunderío", que debía comenzar, por la extirpación de los niños huachos que, por miles, "infestan nuestras calles y plazuelas levantando algazaras insoportables".
Con la aplicación de estos bandos se buscaba extinguir por completo "la insana costumbre popular de vivir escandalosamente en plena calle, en las plazas, cañadas y bordes de río".
María Constanza Castro M.
Académica Escuela
de Periodismo UCN
Máster en Literatura.