El dolor de la muerte volcado en los cuentos de un escritor
Está a punto de llegar a librerías chilenas "La actividad forestal", un volumen de cuatro cuentos y una nouvelle con los cuales el autor cordobés Federico Falco vuelve a sorprender con esa prosa que lo hizo acreedor del elogio de la prestigiosa revista Granta en 2010. Una escritura de sucesos y personajes que hablan desde el duelo y el gozo, en medio de paisajes encontrados en los pasillos del recuerdo.
Federico Falco, antes de escribir poesía y de tomar talleres de literatura, estudió agronomía.
Federico Falco, el autor de "La actividad forestal" (Montacerdos Editores), cuenta que el lugar donde nació -General Cabrera, en la provincia de Córdoba- es un pueblo de la pampa argentina que sigue siendo bastante parecido al de su niñez. Las casas son bajas y hay chacras en medio de un paisaje donde la pampa se vuelve árida porque llueve poco. La principal actividad es la agricultura de la soja antes que la ganadería. "Todos los alrededores del pueblo son como una especie de mar verde continuo, horizontal y chato", describe.
Los libros llegaron a las manos de Federico gracias a su madre y una tía, ambas profesoras de Literatura. "La única condición que me ponía mi tía era que no les doblara la esquina de la hoja para marcar el libro".
-Hoy, ¿cómo escribes?
-Soy muy lento, tardo mucho en los cuentos y voy por capas. Las ideas se van modificando. Para mí escribir un cuento es convivir mucho tiempo con ese cuento, años diría. Lo tomo, lo dejo, cambio e intercambio cosas: convivo con el cuento.
Arriba en la montaña
"Las liebres", es el primer relato del volumen, que estará disponible desde el 11 de octubre en librerías chilenas y también en la "Primavera del libro" de Providencia, que parte este jueves. Se desprendió de otra historia que actualmente trabaja sobre un trío de personas que viven en un pueblo al pie de una montaña. Uno de ellos intuye que allá arriba vive alguien. Falco se preguntó qué pasaría si tomara el punto de vista del ser que vive en la montaña. Así nacieron esas 19 páginas sobre un ermitaño montañés que tiene una especie de pacto con las liebres.
"Nunca sé muy bien sobre qué estoy escribiendo, sé que escribo sobre cosas que me conmueven y me movilizan, interesan y desafían. Ahora, qué son esas cosas, cuáles son esos temas, no sé exactamente, porque si lo supiera no escribo un cuento, escribo un ensayo, incluso lo digo en un tuit", resume y también agrega que "mucho de lo que aparece en 'La actividad forestal' tiene que ver con tratar de procesar una serie de muertes dolorosas, una especie de épica íntima. Mi forma de armar ese duelo, de atravesar por ese dolor, fue escribiendo".
-¿Qué otros temas te interesan?
-El escape hacia lo natural y también lo salvaje, idealizado como una especie de Arcadia. Extraño los paisajes perdidos de la infancia o a las personas que le daban sentido y ya no están. También la idea de lo religioso, lo sagrado y lo mítico. Una necesidad de creer para darle sentido a la propia vida, es un gesto muy literario. Yo, cuando leo, necesito creer en lo que está pasando, hacer una especie de pacto con el autor y suspender mi incredulidad, dejar que me lleve. Hay como un salto de fe necesario a la hora de escribir y leer.
-¿Cómo surgen tus personajes?
-Muy de a poco, casi parecido a como cuando se conoce a alguien de quien no se sabe nada. Me cuestiono un poco esa cierta autoridad de decidir que aquí va a pasar esto o esto otro. Desde ese lugar, escribiría cosas muy poco interesantes. Aprendí a escribir desde un lugar más lateral, misterioso, con más descontrol. Me entrego al texto. Yo dejo que los personajes lleven las cosas.
AGRÓNOMO Y POETA
Cuenta que sigue escribiendo poesía, pero desde hace un tiempo decidió no publicarla: "Hay algo de lo poético que prefiero guardarme".
Sobre afrontar una novela dice que a lo máximo en extensión que podría llegar es a las 85 páginas de "Cielos de Córdoba", el relato que cierra este libro y habla sobre un niño de doce años y su padre ufólogo que viven en un pueblo pequeño.
Federico Falco adora el cuento por sus posibilidades de experimentación y tensión, de búsqueda y libertad. Afirma que la novela exige otro tipo de constancia, más racional, una forma de ser a la que él no tiende.
-Al salir del colegio no sabía muy bien qué quería hacer. Había empezado a escribir regularmente y mandaba cuentos a concursos, pero nunca pensé que podía ser una forma de ganarme la vida. Por otra parte, siempre me gustó el campo y las plantas y pensé que podía llegar a ser una forma de vida interesante que me dejara tiempo para escribir. Disfruté mucho los dos años que estudié, aprendí botánica, pero poco a poco me di cuenta que había mucho de la ingeniería agronómica que tenía que ver con la producción y un uso más práctico y exhaustivo de la vegetación, y por ahí no me interesaba tanto.
Además, ya había ganado un par de menciones y premios en concursos literarios, empezó a conocer gente de Santa Fe y se dio cuenta de que era posible estudiar otra cosa y tener una profesión un poco más inusual. En el verano de 1996, luego que se cancelara un viaje con amigos, decidió irse solo a la Patagonia argentina; la idea era pasar tres semanas, pero se quedó dos meses. "Fue un viaje de alguna manera iniciático, conocí a mucha gente, estuve solo pudiendo sostenerme a mí mismo, conocí y hablé con gente en ese recorrido, vi otras formas de encarar la vida y el trabajo", explica.
-Luego estudiaste Ciencias de la Comunicación, ¿cómo fue ese paso?
-Al volver de la Patagonia, mi primera decisión fue irme a Buenos Aires a estudiar Letras, pero en mi casa se armó un drama y convenimos que estudiaría Letras en Córdoba. Pero cuando me fui a inscribir, estaba fuera de plazo. Fui a pedir trabajo al principal diario de Córdoba, pero no había; sin embargo, el director del suplemento cultural, Juan Carlos González, me aconsejó que estudiara Comunicación. Le parecía una carrera con más salida laboral y además dijo que Letras podía ser una carrera que atentara contra mis ganas de escribir.
EL TALLER EN NUEVA YORK
Finalmente terminó, no sin antes tomar algunos cursos de Filosofía y tomar un taller de literatura. En medio exploró el audiovisual con temas en los que ya se configuraba el paisaje y el horizonte como ejes. Pero abandonó esos formatos, a los que había llegado luego de silenciar su narrativa, y definitivamente se dio cuenta que la escritura lo llamaba. Un par de becas refrendaron esa decisión: un fondo nacional y luego una beca para hacer un magíster en la Universidad de Nueva York.
-¿Cómo fue la experiencia en Nueva York?
-Intensa, interesante, entretenida. Por ahí llegué un poco tarde, por ahí me hubiese servido mucho más si lo hubiese hecho cuando entré en crisis con la literatura, porque el magister daba un marco muy interesante y sólido para pensar el acto de escribir.
Durante ese período no tuvo problemas económicos y dispuso de tiempo para leer y escribir. Durante una de las clases que tuvo con la chilena Lina Meruane, ella pidió que cada uno escribiera su propia "Poética", un ejercicio que al comienzo lo abrumó por las preguntas que tuvo que hacerse -qué escribir, cómo, desde dónde-, pero que luego superó y disfrutó.
Algunos de esos paisajes y personajes deambulan por el presente volumen mezclados con otros domicilios y tiempos que imprimió la vida que llevó esos años. Están Nueva Jersey y Calamuchita por ejemplo, un lugar en las sierras de Córdoba donde iba de vacaciones.
Por Amelia Carvallo
-Estudiaste Agronomía, ¿cómo fue eso?
"Cuando leo, necesito creer en lo que está pasando, hacer una especie de pacto con el autor y suspender mi incredulidad, dejar que me lleve".
"Aprendí a escribir desde un lugar más lateral, misterioso, con más descontrol. Me entrego al texto. Yo dejo que los personajes lleven las cosas".