El embrujo del dibujo brujo
Andrés Sabella, el poeta, escritor y periodista es además el cronista, protagonista y dibujante en la historia de la plástica Antofagastina. En su condición de artista adolescente estuvo indeciso entre el mundo de las letras y el arte de la pintura. Ganó la literatura, pero se quedó habitando en él, el goce de la línea dibujada, casi en un ejercicio de automatismo psíquico, ya que sus imágenes surgían en el blanco del papel en cualquier momento, cazadas por su pluma o surgiendo de las profundidades del blanco, de la nada misma.
Lo que surgió como "el violín de Ingres" se fue transformando, a través de su vida, en una disciplina que le permitió, como él lo dijo alguna vez, "darles cauce y salida a mis ríos profundos" creando un universo diverso y distinto a su poesía escrita.
Lo vi dibujar en diversas circunstancias. Cuando lo conocí en agosto de 1951 me dibujó en un papel, a manera de carta de presentación, como lo hacen los pintores japoneses. La noche que celebramos la creación del Museo de Arte Regional de la Universidad del Norte dibujó y luego tuvimos que seguirlo: Gerardo Claps, Osvaldo Silva Castellón, yo y algunos más. Dibujando en servilletas de papel en más de alguna noche de la bohemia Antofagastina, utilizando el rojo del vino como acuarela. Finalmente lo vi dibujando disciplinadamente en la hora que otros dormían siesta, escuchando tangos o jazz.
Sus instrumentos eran las plumas R, las Leonard, también la frágil plumilla y las plumas fuentes con tinta azul, verde o violeta. Sus dibujos eran generalmente de pequeño formato y los hacía para regalar. No tenían marco ni límites: eran creaciones libres, como libre era su poesía.
El tema de sus dibujos eran el mar, las gaviotas, veleros, marineros, pipas, nubes… pero fundamentalmente la mujer: perfiles, cuerpos, cabelleras, siempre ornamentadas con pequeños elementos marinos, como conchas, estrellas… Entre las musas, su inspiración principal: Elba Emilia, a quien están dedicados innumerables dibujos.
Waldo Valenzuela Maturana