María Marambio, lentamente…
Lentamente como un viejo cirio se fue extinguiendo su larga existencia. Con entereza soportó primero la muerte de su esposo, con el que compartió toda una larga vida, "sin un sí y un no" y después la de uno de sus siete hijos, tras larga enfermedad. Hace bastantes años quedó tarda de un oído y por vanidad femenina no quiso el auxilio de la prótesis auditiva. Leía con sagrada regularidad el mismo diario que usted tiene oportunidad de leer hoy, el que le permitía estar al tanto de la cosa pública, de los que abandonaban el mundanal ruido y de lo que acontecía en la tierra, y por cierto, a sus 96, lo hacía sin lentes, para sorpresa de sus nuevos "hijos", Jaime y Hugo. Su lucidez, la acompañó junto a su memoria, para deleite de quienes la escuchaban, y así estaba al tanto, además, de "las tonteras que hacían los ciudadanos que gobernaban sin gobierno la ciudad". Es decir, siempre cumplió a cabalidad los deberes cívicos, y supo perfectamente por quien sufragar.
Sin ser chef, les dio en el gusto gastronómico a cada uno de los "alzados y consentidos" que llevaban su propia sangre, donde fue capaz de preparar, con su mano, dado que en el reino de la cocina, era dueña y señora, las diversas preparaciones que estos gustaban, para esos, menú a la carta, dado que Dariíto no comía esto o Marianelita aquello. Las sopitas de la abuela, la degustaron varios de sus nietos, cuando a estos también "ya los cazaba el león". Le bastaba echar a hervir una piedra, para que esta adquiriera un sabor sin igual. En aquello del freír, metía la mano al aceite hirviendo sin más.
Antañoso roble se dio ánimo y fuerza para resistir, en el tiempo, alguna enfermedad menor, puesto que "tenía mucho que hacer para permanecer en cama". Las idas al súper eran diarias, "vieja odiosa", necesitaba consumir pan fresco, la idea de pasear por el mol las disfrutó.
Sin ser jamás una generala igual guasqueaba (solo con la autoridad de la palabra) o coscorroneaba leve.
Por eso y mucho más, gracias, mamá.
Sergio Gaytán M.