El Niño Jesús de Belén
Los Tres Reyes, sentados en sus camellos augustos, marcharon, con los ojos cegados por la diafanidad; allí, la Estrella los mantenía en las amarras de la ternura. Allí, entendieron que el cielo era una rosa y que el verdadero hombre no vestía de oro sino que, simplemente, de hombre, pero enriquecido por el calor cordial de todos los hombres de la tierra.
¿Qué buscaban con el corazón despierto a la sorpresa? No un palacio de pompa solar: sencillamente un Pesebre, en cuyas pajas los aguardaba un Niño, criatura en cuyas manos las cosas adquirían el peso de un suspiro y de cuyos ojos salía, realmente, el Sol para los hombres.
En el Pesebre, estaba el Niño, que poseía las leyes del Cielo, del Mar y de la Tierra y que abarcaba la anchura del corazón del Hombre
Pero, a la vez, ocurría otro hecho extraordinario: un sencillo pastorcito observaba. La noche se mostraba serena en la majestad de las estrellas. ¿Qué maravillosa historia cruzaría por el mundo, que las cosas se engalanaban? ¿Qué aventura fascinadora viviría el hombre, que los árboles sonreían en sus verdores, que los pájaros revoloteaban en embriaguez y las olas del mar se emblanquecían, mágicamente, encegueciendo al viento?
De pronto vio surgir una desconocida Estrella que aparecía, alborotando la unidad de la noche. Era un prodigio de Estrella.
-Soy la Estrella y me tienes que obedecer. Irás al Portal y te agregarás a los pastores que cantarán al Niño de los Niños, llevándole sus ovejas de regalo.
En el Portal, el Niño de los Niños era festejado por Tres Reyes, que le ofrendaban sus regalos:
El Rey-Cola de Perdiz le entregó una paloma, para que siempre haya noticias felices a la tierra.
El Rey- Pelo de Choclo le obsequió una rosa, pidiéndole que una rosa florezca, cada día, en la frente del hombre.
Y el Rey-Castillo de Arena, le regaló un caracol, para escuchar como cantan las bellas mentiras del mar.
El muchacho saludó al Niño de los Niños y le regaló una oveja. El Niño de los Niños volcó su cabeza sobre esta lana y allí durmió su primer sueño.
Andrés Sabella