LA PLUMA DE IVO SERGE
Atacama atribuye al sol marciano su sequedad milenaria. También ese viento incontrarrestable y la rocosa personalidad de sus héroes -anónimos la mayoría-, hombres y mujeres, nativos e inmigrantes: los pampinos.
La fundación mítica de estos personajes arranca del recuento noticioso, boca en boca, de los panfletos proletarios, la prensa oficial y de la literaria cascada que, primero el criollismo y luego el realismo socialista, derraman por el siglo y medio de nuestra ascética historia local.
Por decencia literaria, los autores del costumbrismo nortino -Sabella, Bahamonde, Pezoa Véliz, Ferraro, Teitelboim- procuran intervenir lo menos posible en la elaboración de sus obras y personajes, de manera que la substancia es prístina y de contornos definidos. Emana de la obra como la negra brea del pimiento, sin presión de la pluma ni el narrador. Así, el pampino emerge crudo y propio, con perfiles cortados a cincel, a veces con hacha. Permítaseme la redundancia, el escritor produce la fábula aunque nunca la moralidad de aquella. Sólo que la entrevemos entre líneas, entre matanza, huelga e injusticia, y la lucha por sobreponerse al mal.
Entre las calles elementales de Antofagasta, ciudad que todavía no se atreve a nacer en conflictivo parto de ciento cincuenta años, vagan las plumas prolíficas de literatos, a menudo contradictorias y por ende complementarias: el litoral de Salvador Reyes, la puna de Pumarino Soto, el ojo extranjero de un postulante al Nobel con la descripción primigenia de Coloso: Theodor Plivier, el laicismo lírico de Volodia versus la poesía panteísta y religiosa de Ivo Serge. Las aves que admiraba Andrés Sabella, las olas de Jorge Salgado.
Que una pluma cristiana se abriese paso, la de don Antonio Rendic, a ratos acompañada por la de Andrés, en un territorio poco propicio a la meditación y la fe, es uno de los milagros que habla del hombre como ser trascendente, más allá del inventario ambiental mezquino que le rodee y de los contratiempos que le fuerzan casi exclusivamente a la lucha por la supervivencia. La poesía de Serge es más que su valor estético. Humaniza y cristianiza un norte fabricado para la piedra y el sudor.
un santo para antofagasta