Seis historias del Cementerio General
SOCIEDAD. Fiestas para niños fallecidos, héroes olvidados, estatuas más viejas que el mismo recinto y cruentos episodios del pasado local yacen ocultos en el interior del centenario camposanto de Antofagasta.
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Fundado en 1874 para establecer un orden sanitario a las cientos de tumbas desperdigadas por el centro de la naciente ciudad, el Cementerio General de Antofagasta, más allá de su ineludible función, constituye uno de los hitos históricos de la capital regional.
El recinto que cubre una superficie total de 16 hectáreas, alberga en su interior no sólo los restos del mismo pasado, sino que también cientos de rarezas y curiosidades que datan incluso desde su misma fundación.
Misterios
En el interior del espacio descansan tres cuerpos que comparten el nombre de Antonio Rendic, no obstante sólo uno de estos fue quien hasta hoy merece su reconocimiento por su aporte social y cultural.
La calle principal que recibe a los visitantes está decorada con ocho estatuillas de ángeles y mujeres que miran piadosas a los caminantes.
Lo raro es que al menos cuatro de estas obras son más antiguas que el mismo cementerio, ya que estaban instaladas en pequeñas plazoletas y fueron trasladadas cuando abrió el recinto.
Otra particularidad es que existen al menos una decena de mausoleos de principios del siglo XX cuya ostentosa arquitectura y dimensiones hace pensar de que en su interior está sepultada toda una generación familiar. Pero siguen vacías y nada se sabe de sus dueños, como es el caso de la cripta de la familia Camus.
Sepulcros especiales
No es de extrañar que la tumba de Ena Craig de Luksic, madre del empresario Andrónico Luksic, cuyo holding familiar se constituyó inicialmente en el rubro cuprífero, esté cubierto de piedras y rocas con este mineral.
O que al sepulcro de uno de los primeros alcaldes de la comuna, Hermógenes Alfaro (periodo de 1894-1897) no le deje de crecer desaforadamente el pasto, pese a que los funcionarios no le dan mayor mantención y lo podan constantemente.
Cabe mencionar que Alfaro logró la instalación de las primeras áreas verdes en la ciudad, en un espacio remoto que en el futuro daría pie para la construcción del Parque Brasil.
También son muchas las leyendas que tiene el recinto. Un general nazi en cuya tumba sin nombre reposa la temida esvástica de hierro, amantes sepultados en un mismo ataúd, estatuas que siguen al caminante con la mirada y llantos de niños que murieron durante la peste bubónica de 1913 forman parte de los tesoros que acalla el Cementerio General.
En la vereda norte del acceso principal, en lo que fue el antiguo sector preferencia, yacen cientos de nichos cuya variedad idiomática (nipón, ruso, alemán) dejan desconcertado a los visitantes. No obstante un sepulcro reza 'Thomas Burn, oficial del HMS Lancaster 1919', Frente a él, reposan los 'Kapitanes (sic)' alemanes August Schroder, Karl Sohst y Julius Schulte, los tres fallecidos 1916, cuando el mundo vivía la I Guerra Mundial y 'muy lejos de su patria alemana' como reza su epitafio "Hier ruht in frieden fern von Deutscher heimat" .
Cuando el 15 de julio de 1924 reventó una caldera de locomotora al interior de uno de los patios del Ferrocarril Antofagasta, el sereno Evaristo Montt no fue la única víctima, sino que la explosión también cobró la vida del maquinista Juan Cáceres Gutiérrez, del empleado Claudio Chacana y del fogonero Eulicio Ramírez Donoso. Este último yace sepultado en un nicho ubicado exactamente debajo de Montt, y en su epitafio, cuya letra casi ilegible por el paso del tiempo, consta su fecha de muerte el 15 de julio de 1924 y que su sepultura fue donada por la sociedad ferroviaria 'Unión y progreso'. Sin embargo, y pese a morir en el mismo accidente, fue Evaristo Montt quien fue elevado a la categoría de 'santo popular' y tiene un animita en calle Valdivia.
No es de extrañar que muchos nichos de infantes ubicados en el ala antigua tengan tarjetas de invitación pegadas, muchas de estas parecen pedazos de papeles blancos, ya que el sol ha borrado su contenido. Jose Orellana, funcionario del cementerio y quien oficia como 'monje guía' en los tours nocturnos dice que es costumbre de las familias venir en los cumpleaños de sus hijos fallecidos y hacer una fiesta, invitando a sus 'vecinos de nicho' por lo que se pegan las invitaciones en otras sepulturas. También es posible encontrar serpentinas y confeti desteñidos en estos espacios.
Al igual que Iquique, Antofagasta tuvo su propio combate naval (de hecho tuvo dos) en donde se enfrentó el poderío del Huáscar y la argucia e ingenio de su comandante, Miguel Grau, contra dos barcos chilenos. El encuentro fue la madrugada del 28 de agosto de 1879, en donde el monitor peruano intercambió fuego contra las baterías de la costa y a las cañoneras Abtao y Magallanes. En medio del combate un disparo del acorazado atravesó a la corbeta Abtao, pulverizando en el acto al ingeniero Juan Mery, al capitán Pedro Padilla, al marinero Antonio Villarreal, a los fogoneros Samuel Barcen y Augusto Espinoza, al carbonero Ricardo Briones y a los grumetes Juan Arriagada, Manuel Hudson y Pedro Contreras. Los ocho yacen sepultados en el centro del cementerio.
Hoy se cumplen 111 años desde que un grupo aún indeterminado de obreros del ferrocarril (se dice que desde 50 hasta 300) fueran ultimados a tiros por demandar mejoras salariales y una media hora más de colación. El polémico y cruento episodio que pena sobre la historia de la ciudad se remonta a 1906, cuando luego de fracasar las conversaciones entre los líderes de las mancomunales obreras del Ferrocarril Antofagasta y los representantes de la misma empresa -y con un conflicto ya agudizado luego de que a las demanda de estos obreros adhirieran los trabajadores portuarios-, se formaron múltiples desórdenes en la ciudad que llegaron a su cenit cuando alguien disparó un tiro al aire en la Plaza Colón. El grupo formado por aproximadamente dos mil huelguistas corrió asustado hacia el puerto, ahí un piquete de marineros del buque Blanco Encalada abrió fuego contra la masa. Hasta hoy no se sabe con exactitud cuántas fueron las víctimas y qué ocurrió con los cuerpos de la mayoría. No obstante en el cementerio descansan al menos tres trabajadores que han sido identificados. El más popular es Juan Rodríguez, cuya participación en la tragedia consta en su epitafio. Ya en el patio seis descansa Ricardo Rogers, que murió a los 20 años y Juan González, que murió esa trágica tarde a los 23 años.